Somos los argentinos los que deberíamos aprender de lo que los brasileños vienen haciendo para exigir otra clase de espécimen político, uno que haga lo que hay que hacer, uno que sienta vergüenza, uno que no tenga miedo a los costos que ello implique y que deje de vender una realidad de prosperidad frente a un país quebrado no solo en lo económico, sino en la acepción de aspectos éticos que resultarían impensados en cualquier país mínimamente normal que no podemos ser. Para que esto ocurra alguna vez, los primeros en convencernos deberíamos ser nosotros, paradójicamente, los más ausentes y confundidos de todos. La Argentina en bancarrota de hoy requiere decisiones urgentes sobre aspectos fundamentales de primer orden y sin embargo, observo a este Gobierno como el estandarte olímpico de las cosas que no importan, de aquéllas que podrían mejorarle la vida a un noruego, pero a años luz de las necesidades extremas que padecemos los argentinos. El amor por este oficialismo sumamente tibio y decepcionante no será infinito, su tiempo político tampoco será eterno y por lo tanto, deberíamos dejar de perderlo en la irrelevancia de las condiciones de segundo orden, esas que tienen escaso costo político pero a la vez, un limitadísimo impacto en el futuro de una sociedad. El gradualismo “al revés” de este Gobierno es el monumento más enorme a la irrelevancia de lo no importante.
Copiado de Un espejo incómodo y el país que no podemos ser: ¿vendo Argentina y compro Brasil?, de Germán Fermo en El Cronista.
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