lunes, enero 29, 2018

Stiglitz, el FMI y yo

No hay duda de que muchas políticas impulsadas por el FMI tuvieron un resultado desastroso, pero algunas de las ideas de su principal crítico (y premio Nobel de Economía) son nefastas.

El señor Joseph E. Stiglitz ha publicado un libro cuya traducción al castellano es El Malestar en la Globalización.Hay una parte del libro con la que estoy de acuerdo y en muchos aspectos lo escribí antes que el señor Stiglitz: las críticas a las políticas del FMI, basadas en el denominado enfoque monetario del balance de pagos que es el sustento teórico del modelo de Polak.

Según Stiglitz, existe una evidente contradicción en la existencia misma del FMI a partir del denominado Consenso de Washington. Es decir, que el FMI a partir de Bretton Woods se creó bajo el presupuesto keynesiano de que los mercados en ocasiones no operaban eficientemente y la necesidad de los gobiernos de actuar para crear empleos. El Consenso de Washington habría sacralizado al mercado, lo que para Stiglitz significa una idolatría contradictoria con la propia función del FMI, pues su existencia sólo se justifica precisamente porque los mercados fallan.

El anterior argumento parece de una lógica incontrovertible y sin embargo es un sofisma, donde la primera premisa es falsa. La idea de que de un lado se encuentra el mercado como una entelequia que enfrenta otra entelequia que es el Estado es falsa de plena falsedad. Tanto el mercado como el Estados son meras denominaciones universales que están compuestas por hombres de carne y hueso que toman decisiones. En todos los casos, las decisiones de los mercados, o sea de los individuos que los componen, están influenciadas por las decisiones de los gobiernos y en los últimos tiempos igualmente por las decisiones del FMI.

Según Stiglitz, la desregularización y liberalización de los mercados de capitales, lejos de mejorar la situación de los países en desarrollo, en muchos casos la ha empeorado. En otras palabras, la mal denominada globalización aparentemente habría producido más mal que bien. En ese sentido, Stiglitz señala, y coincidimos con su apreciación, que mientras los países desarrollados recomiendan la apertura de los mercados en los países en desarrollo, ellos hacen lo contrario y en particular subsidian la agricultura que es precisamente el sector en que aquellos tendrían ventajas comparativas.

En otras palabras, nosotros hemos sostenido que la globalización como tal no existe por las siguientes razones: en primer lugar, porque es cierto que se han liberado los mercados de capitales pero no se ha hecho lo propio con los mercados de productos; en segundo lugar, pero no menos importante, nos encontramos con que las comunicaciones han globalizado la información pero no la formación. Es decir que el mundo se entera de todo lo que pasa, pero sigue ignorando por qué pasa. Es así, entonces, que parece haberse aceptado que la división del mundo entre poseedores y desposeídos (have and have nots) es un hecho telúrico en el mejor de los casos, y en el peor como el resultado de una conspiración de los primeros para empobrecer a los segundos. Esta segunda tesis es la que parece adscribir Stiglitz en su crítica a las políticas del FMI.

Conforme a esa teoría, Stiglitz sostiene que "hay dinero para rescatar bancos, pero no para mejorar la educación y la salud y menos para rescatar a los trabajadores que pierden sus empleos como resultado de la mala gestión macroeconómica del FMI". No me cabe la menor duda de que muchas políticas apoyadas por el FMI y particularmente la Argentina de la convertibilidad no fueron exitosas o peor aun fueron desastrosas. Pero de ninguna manera compartimos la idea de que ése es el resultado de una conspiración del sistema financiero internacional. Por el contrario, pensamos que se debe precisamente a la teoría económica que subyace tales políticas y que sería el denominado modelo de Polak, de donde surge la visión monetarista de que el único desequilibrio es causado por la expansión monetaria a través del crédito doméstico.

REMEDIO FATAL

Coincidimos entonces con Stiglitz en su juicio respecto a que el aumento de las tasas de interés como medio para combatir la inflación puede resultar y así ha ocurrido que el remedio es peor que la enfermedad. Igualmente es verdad que la entrada de capitales puede provocar, y de hecho así ha resultado, la sobrevaluación de la moneda nacional, y la consiguiente pérdida de competitividad.

Es indudable que la rebaja de aranceles al mismo tiempo que se expande el gasto público y se mantiene un tipo de cambio nominal fijo es una forma de destruir a los productores de bienes transables y consecuentemente se produce la desocupación. Pero nuevamente el problema no es la apertura, sino la sobrevaluación monetaria que surge de la incompatibilidad entre la política cambiaria y la fiscal. Pero lo que Stiglitz parece ignorar es que el determinante de ese desequilibrio es la incompatibilidad de la expansión del gasto público con el control monetario y la fijación del tipo de cambio nominal. Esa es la causa de las elevadas tasas de interés que atraen el capital en tanto y en cuanto perciben que se mantendría el tipo de cambio nominal como ancla para evitar la inflación. Es nuestro criterio que indudablemente esta política confunde los fines con los medios y el desequilibrio se produce como consecuencia de que la tasa de interés real supera ampliamente la tasa de retorno de la economía, particularmente de los productores de bienes transables.

O sea que nuestra discrepancia parte de la razón de ser del desequilibrio. Y éste surge como consecuencia de que el aumento del gasto público como un intento de igualar los ingresos a través de crecientes derechos (privilegios) sociales resulta en un nivel de impuestos que es impagable para una gran parte del sector productivo. En ese sentido debe tenerse en cuenta que el nivel de gasto público sustentable depende de la productividad de cada economía. Cuando existe una baja productividad, el aumento del gasto en términos reales determina un incremento en el costo de producción y una caída en la rentabilidad. Finalmente, cuando los impuestos no se pagan, surge como consecuencia el déficit fiscal, que dada una política monetaria restrictiva se financia con crédito externo y finalmente se produce tanto el default como la devaluación.

Lamentablemente, las políticas del FMI se han basado en corregir el déficit fiscal mediante el aumento de los impuestos, ya que en general no han podido influir en el nivel de gasto. Pero ese es un error de concepto que surge precisamente del monetarismo y no una conspiración. Por supuesto, dada la prédica de la izquierda y del antiimperialismo, la teoría conspirativa expuesta por Stiglitz no hace más que darle la razón a los que creen o sostienen que la culpa del fracaso de las políticas de apertura, liberalización y privatizaciones la tiene el neoliberalismo, o sea el denominado capitalismo salvaje. La realidad, sin embargo, es que lo que hizo fracasar esas políticas fue el despilfarro público. Sí estamos de acuerdo con Stiglitz que las políticas de contracción de la demanda agregada una vez que se produce la recesión son totalmente contraproducentes. Ahora bien, la idea no debe ser suprimir al FMI, pues insisto tanto como Kindleberger en la necesidad de un prestamista de última instancia a nivel internacional. Lo que se debe hacer es revisar los supuestos en que se basan las políticas del FMI.

Stiglitz también se equivoca en otro punto decisivo: la visión de una mayor injerencia del Estado en la actividad económica no es la solución sino el problema. Más regulaciones significan más corrupción y menos seguridad jurídica. Y sin seguridad jurídica es decir el reconocimiento pleno de los derechos de propiedad no hay crecimiento posible.

Copiado de Stiglitz, el Fondo Monetario y yo, de Armando Ribas en La Prensa.

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