Para empezar, todas las formas de producción resultan en algo de daño ambiental. La producción agrícola elimina bosques, desplaza la vida salvaje y destruye la biósfera. La producción industrial emite gases perjudiciales hacia la atmósfera y libera contaminantes en los ríos. Incluso el sector de servicios contamina, dada su dependencia en la electricidad y sus inherentes emisiones de CO2. Así que la verdadera pregunta no es cuál sistema económico es el perfecto guardián del medio ambiente, sino cuál sistema económico es un mejor guardián.
Al responder a esa pregunta, los siguientes conceptos deberían tenerse en cuenta: la eficiencia económica, la tragedia de los comunes y la curva ambiental de Kuznets.
Las economías socialistas fueron muy ineficientes (ese todavía es el caso en aquellas que sobreviven en Cuba, Venezuela y Corea del Norte). Para compensar por la ineficiencia de la planificación central, derivada de la ausencia de un mecanismo de precios de mercado, las economías socialistas generalmente ignoraron el daño ambiental y otras externalidades negativas. Para maximizar la producción (para poder seguir avanzando a la velocidad de las economías capitalistas), los países socialistas tenían estándares de emisiones laxos o inexistentes. Las regulaciones sanitarias y de seguridad eran ignoradas o inexistentes. Las economías socialistas también prohibieron los sindicatos independientes y, con frecuencia, recurrían al trabajo de esclavos.
El descuido de los socialistas del medio ambiente era exacerbado por su desprecio de los derechos de propiedad privada. En las economías capitalistas, las haciendas y fábricas son propiedad de personas individuales o corporaciones. Si causan daño al medio ambiente o a la fuerza laboral, pueden ser llamadas a rendir cuentas en una corte donde se aplica la ley. En las economías socialistas, la tierra y el aire (y, en los casos más extremos, la gente) eran propiedad del estado y sufrían de “la tragedia de los comunes”.
A una fábrica estatal encargada por los planificadores centrales de producir determinada cantidad de barras de hierro, por ejemplo, no solo se le permitía, sino que era activamente alentada a cumplir con su cuota de producción sin importar el daño que le cause al medio ambiente y a la población. En las economías capitalistas, al estado se le encarga hacer cumplir los estándares ambientales y la protección de los trabajadores. En las economías socialistas, el estado es tanto el que hace cumplir las cuotas de producción, como el supuesto protector del medio ambiente y de los trabajadores. Cuando tocaba elegir entre los dos objetivos, los socialistas casi siempre elegían lo primero: ahorraban en los segundos objetivos para compensar por la ineficiencia de la planificación central.
Ese problema es claramente ilustrado al comparar la cantidad de emisiones de CO2 por dólar de producción en los países socialistas y en los capitalistas. Nótese que, a través del tiempo, las emisiones cayeron en EE.UU. desde niveles que ya eran bajos. Una tendencia similar puede observarse en Rusia luego del colapso de la Unión Soviética en 1991 (desafortunadamente, no tengo datos para la Unión Soviética antes de 1991).
Tal vez el mejor ejemplo de la desconsideración del medio ambiente puede ser visto en los datos para China. Las emisiones durante el Gran Salto Hacia Adelante de Mao Zedong (1958-1962) fueron, comparadas a las de EE.UU., estratosféricas. Cayeron después de este periodo, pero permanecieron muy altas hasta fines de la década de 1970, cuando China abandonó el socialismo. Desde que China empezó a liberalizar su economía (introduciendo el mecanismo de precios y los derechos de propiedad privada), sus emisiones han caído de manera dramática.
Finalmente, aunque no menos importante, los países socialistas eran, en gran medida como resultado de la planificación central, mucho más pobres que sus contrapartes capitalistas. Esto es importante debido a un fenómeno conocido como la curva ambiental de Kuznets. Como regla general, mientras más rica es la gente, más probable es que paguen por “bienes de lujo”, como un aire y ríos limpios, así como también por estándares sanitarios y de seguridad en el lugar de trabajo. Podría sonar extraño para personas modernas, pero el ambiente limpio y una fuerza laboral feliz son, en un sentido muy real, “lujos” que no estuvieron disponibles para nuestros ancestros mucho más pobres.
Las personas realmente pobres, como aquellas en grandes regiones de África y Asia, están principalmente enfocados en sobrevivir. Todas las demás consideraciones son secundarias. ¿No me cree? Luego del colapso de la economía de Zimbabue, la gente empezó a matar a la vida salvaje que antes era protegida para poder alimentar a sus familias. Luego del colapso de la economía venezolana, los animales del zoológico en la capital de la nación se encontraron en el menú. Durante el Holodomor en Ucrania, las personas se comían entre ellas. No pretendo denigrar las preocupaciones ambientales, sino que quiero destacar los verdaderos costos de oportunidad a los que se enfrenta la gente a diario en economías socialistas disfuncionales.
El socialismo, entonces, no es la respuesta. Teniendo en cuenta la historia, el daño ambiental derivado de la producción socialista fue considerablemente mayor que el daño ambiental derivado de la producción capitalista. Todos —y repito, todos— los estudios académicos realizados luego del colapso del imperio de la Unión Soviética encontraron que la calidad del medio ambiente en los países anteriormente socialistas era inferior a aquella de los países capitalistas.
La mejor forma de proteger el medio ambiente es enriquecerse. De esta forma, hay suficiente dinero no solo para satisfacer as necesidades de la gente, sino también para pagar por plantas eléctricas más limpias y mejores plantas de tratamiento de agua. Dado que el capitalismo es la mejor forma de generar riqueza, la humanidad debería mantenerlo.
Copiado de El Cato: en El socialismo no es verde, Marian L. Tupy dice que el comunismo en la práctica resulta en un mayor perjuicio al medio ambiente que el capitalismo.
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