Aunque tendamos a olvidarlo, seguimos parados sobre la bomba de tiempo que dejó el kirchnerismo. En sus primeros dos años, el Gobierno consiguió evitar que estallara. Pero, por lo visto hasta aquí, desactivarla va a resultar más difícil de lo que se esperaba. No es raro: en verdad, el kirchnerismo perfeccionó un sistema corrupto que llevaba décadas en el país, al punto que acabó siendo parte del ser nacional. La gran tarea en 2018 es esa: convencernos de que podemos ser otros, algo que depende tanto del Gobierno y la clase política como de la sociedad.
Nadie debería negarle a Cambiemos avances notorios en la restauración de las instituciones democráticas: ya no se avasalla la división de poderes, los organismos de control han vuelto a su tarea, la Justicia despertó de su letargo. La asignatura pendiente, dicen los expertos, la bomba aún activa, es la economía, que no muestra señales suficientes de reactivación. Pero la cuestión es más compleja. Para reactivar la economía, para salir de un déficit fiscal insostenible, hace falta racionalizar el gasto público y el costo laboral. El problema es que la matriz prebendaria heredada se opone a ambas cosas y lucha con todas sus fuerzas. Por eso, la reactivación económica del país no puede deslindarse del saneamiento de un sistema corrupto. Lo primero no llegará sin lo segundo. Es la lucha entre lo nuevo y lo viejo, que resiste para no perecer.Esta semana se supo que casi 200 ñoquis cobraban su sueldo sin ir a trabajar en la Cámara de Diputados. Ahora que las autoridades legislativas decidieron controlar el presentismo, serán cesanteados. Lo mismo debería repetirse en todas las reparticiones oficiales. En paralelo con el plan de reducir en un 20% los cargos políticos de la Administración Pública Nacional, el Estado dio de baja más de 1000 contratos heredados de la gestión anterior, en base a control de presentismo y evaluación interna. Por supuesto, anteayer el gremio estatal de ATE protestó en la calle por las "políticas de recorte" junto a sectores de la izquierda y los movimientos sociales. El objetivo del Gobierno era modesto, pues según datos oficiales hay un total de 700.000 contratados. Aun así, todos llamaron a la resistencia.
¿Qué defiende esa resistencia? ¿A los trabajadores o a los negocios de sindicalistas eternos que se enriquecen a costa de sus representados en un sistema corrupto? A la luz de las últimas evidencias, la respuesta no ofrece dudas. Al caso de Omar "Caballo" Suárez (SOMU); del "Pata" Medina (Uocra platense); a la saga de los Moyano (que se multiplica en el gremio de Camioneros, la empresa OCA, los escándalos del club Independiente y ahora el sector portuario que dejó vacante Suárez, donde Hugo Moyano logró colocar un hombre suyo), se le suma el caso de Marcelo Balcedo, secretario general de un gremio modesto que vivía como un magnate. No le será fácil explicar los 500.000 dólares en efectivo, los 14 autos de alta gama y las tres armas de guerra que se encontraron durante su captura en su chacra de lujo en Uruguay, así como el avión, sus presuntos vínculos con el narco y las extracciones de las cuentas del Soeme, el sindicato que había heredado de su padre. En verdad, parece que su negocio era la extorsión: de los trabajadores, para afiliarlos, y de empresarios y de funcionarios, para obtener beneficios oscuros. ¿Cómo ir a paritarias con sindicalistas así? ¿Cómo saber que endurecen sus posturas en beneficio de sus afiliados y no para salvar su libertad, amenazada por la Justicia, o sus negocios, en jaque por el cambio de época?
No hay posibilidad de bajar el gasto público, de racionalizar los costos laborales, de reactivar la economía, si mientras tanto no se desmantela el sistema prebendario que conspira contra todo eso. Además de la acción decidida de la Justicia, para lograrlo el Gobierno necesita el apoyo de cierta parte de la oposición, dominada por un peronismo fragmentado que jaquea los planes oficiales mediante un juego de pinzas ensayado por lo más rancio de dos corporaciones: la política y la sindical. Una encuesta reciente arroja un dato interesante: los que prefieren un peronismo dialoguista casi duplican en número a los que prefieren un PJ combativo. Dondequiera que estén los dialoguistas, es hora de que den un paso al frente más decidido. Así se desmarcan de los que apuestan a la bomba.
Copiado de Las dos bombas que nos acechan, de Héctor Guyot.
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