Laura Catena, bióloga egresada de Harvard y médica recibida en Stanford, es la Directora General de Bodega Catena Zapata, pionera en trazar un plan estratégico -al que se alineó toda la industria vitivinícola- para posicionar al malbec mendocino en la élite del mundo del vino.
Cuarta generación de viticultores, nació en Mendoza, donde pasó su infancia junto a su abuelo Domingo, en la bodega familiar situada en el pequeño distrito de La Libertad. En 1988, se graduó magna cum laude en la Universidad de Harvard y, más tarde, obtuvo el título de doctora en Medicina de la Universidad de Stanford. En 1995 se unió a su padre, Nicolás Catena Zapata, y comenzó a trabajar en la bodega familiar con el objetivo de elaborar vinos capaces de competir con los mejores del mundo, para lo cual creó el Catena Institute of Wine, uno de los más prestigiosos centros de investigación con foco en la aplicación de paradigmas científicos en la viña.
Actualmente radicada en California, donde ejerce como médica de Emergencias del Centro Médico de San Francisco, es reconocida por sus pares y competidores como “la embajadora del vino argentino” por su activa participación en promover a Mendoza y el malbec.
En un reciente y efímero paso por Buenos Aires, donde presentó en sociedad Oro en los viñedos, un libro de arte digno de colección que recopila historias ilustradas de las etiquetas más importantes del mundo, Laura Catena dialogó en exclusiva con Clase Ejecutiva y se convirtió en protagonista de la edición de enero de la revista lifestyle de El Cronista Comercial.
Aquí, un extracto de sus revelaciones con relación a la estrecha relación que la une profesionalmente con Nicolás Catena Zapata, su padre, considerado un prócer en la historia reciente del vino argentino.
¿Cómo evolucionó el vínculo con Nicolás, tu padre?
Defino nuestra relación con la expresión norteamericana Daddy´s girl. Nos une un vínculo muy especial. Tenemos una afinidad intelectual muy grande. Ambos somos híper lectores, analíticos, muy estudiosos. Estudié Medicina y Biología sin intenciones de regresar al mundo del vino. Sin embargo, volví al país para ayudar a mi padre a lograr su objetivo de posicionar al vino argentino entre los mejores del mundo porque entendí que iba a necesitar mi apoyo para consolidar el trabajo técnico, la investigación y el estudio. Así, comenzamos a viajar por el mundo para entender el porqué de la grandilocuencia de los vinos magnánimos. Juntos, teníamos que convencer al mundo de que en nuestro país también podíamos lograr algo inmenso. Al principio, mi padre viajó solo y con mi madre. Luego me sumé al proyecto para contarles a todos nuestra historia familiar. Así lo hicieron los Gaja o los Antinori, que recorrieron todas las latitudes con su cuentito personal. Me incorporé a Catena Zapata porque mi padre me necesitaba. Y mi patria también.
¿Costó alcanzar pautas de entendimiento y trabajo conjunto?
Nada. Muchos me siguen diciendo que es muy complejo trabajar con el propio padre. Para mí, en cambio, ha sido muy fácil. Mi papá siempre me entusiasma: está las 24 horas del día disponible, al pie del cañón. Nunca me criticó innecesariamente, sino que me ha enseñado con argumentos. Desde el minuto cero hemos trabajado muy bien. Cuando empecé a tener más experiencia, nos empezamos a dividir las tareas. Hoy, lo llamo cariñosamente “mi arma mortal”. Cuando tengo un problema en la bodega que no puedo resolver, el único que puede hacerlo es mi padre. Si le pido algo, lo hace a la perfección. Pero sólo requiero algo suyo recién cuando me doy cuenta que estoy frente a un tema que realmente no puedo solucionar. Él hace lo mismo conmigo: cuando tiene una dificultad seria, me consulta. La relación es muy cercana a la perfección... Le doy mucho crédito en todo. Además, tiene un trato muy dulce, amable y simple conmigo. Yo sería más severa con mis opiniones. Sin embargo, con mis hijos adopté su dulzura.
¿Te pesó en algún momento ser “hija de”?
Jamás me pesó en sentido negativo. Nunca me hizo sentir mal. Sí, confieso que ha sido difícil, pues implicó una enorme responsabilidad. Soy una persona muy dedicada y trabajo duramente día tras día. No me hubiese gustado que pensaran que soy una acomodada. Hubiese sido la peor deshonra, lo más terrible que me podría pasar. Mi padre nunca me hizo sentir que era “hija de”. Cuando desembarqué en la bodega lo hice para aprender desde la humildad. Aunque fuese muy inteligente o familiar directo, es importante comprender que hay otros que saben mucho más que uno. Es un consejo que les doy a todos: hay que aprender y no utilizar el poder de ser parte de la familia. Siempre he sido muy consciente de ello. Lo mejor que me pasó fue haberme recibido de médica, pues siempre tuve mi propia profesión, donde he sido una más, con jefes que me dieron órdenes. Trabajar para alguien y ser jefe me dio más herramientas para desempeñarme en el mundo laboral.
¿Cómo definirías el gen Catena?
Aún hoy me apasiona mucho el objetivo inicial de mi padre: hacer vinos argentinos que puedan estar entre los mejores del mundo. Con esa meta en la mente, se pueden tomar todas las decisiones. He tenido muchas situaciones difíciles en el camino, pero las he superado con esfuerzo, trabajo y perseverancia. Siempre fui insistente. Anécdota: hace un tiempito le comuniqué a mi hijo Dante que pensaba abandonar un asunto personal. Con sólo 16 años, me miró fijamente y me dijo, en inglés: “Catena are not quitters” (“Los Catena no abandonamos”). Me convenció y seguí para adelante.
De El Cronista, Cuál es el 'arma mortal' de Laura Catena, la embajadora del vino argentino.
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