De la gran influencia china en América Latina se ha hablado durante años y está ahí para que todos la vean. A primera vista, no parece haber mucho más que decir y todo lo que se podía decir, fue dicho: un gran país que crece a un ritmo acelerado necesita materias primas; América Latina es rica en estos productos y es normal que los chinos los compren, inviertan para obtener más y más, otorguen créditos para asegurarse de tener acceso a ellos en el futuro, compren compañías que los produzcan. Si los Estados Unidos se retiran y eligen el aislacionismo y el proteccionismo, peor para ellos. China tomará su lugar.
Hasta aquí, nada nuevo o extraño. Excepto por una cosa: durante muchos años se ha estado diciendo que China es pragmática, que no exporta modelos, que no le importa el color de los gobiernos, que su filosofía es business as usual. Mentiras. Baste decir: de los 141 mil millones de créditos otorgados por China a América Latina desde 2005 hasta hoy, una figura monstruosa, casi la mitad fue a Venezuela. Seguido por Brasil, Ecuador, Argentina y Bolivia, claro que desde la era de Lula, Correa, Kirchner, Morales. Los países de la Alianza del Pacífico están casi ausentes. Quien no ve una estrategia geopolítica, necesita un buen oculista.
La verdad, es que China no es el gigante sonriente que alguien cree que es o quiere que creamos. Como todas las grandes potencias, o aspirantes, tiene ambiciones imperiales. Toda hegemonía tiene su ideología, y proyecta su civilización como modelo universal. La china también. Como todo imperialismo, de hoy y de ayer, grande o pequeño, la idea es que su dominio emancipará el dominado. ¿Emanciparlo de qué? En el caso chino, de la civilización occidental, de la tradición de la Ilustración que China nunca tuvo.
Todo esto me vino a la mente cuando leí la entusiasta crónica de monseñor Sánchez Sorondo a su regreso de China. Dada la propensión del conocido prelado a los excesos verbales, se podría pensar que no vale la pena darle peso. En cambio, sí, porque expresa de manera colorida y transparente en su ingenuidad, una corriente ideal que está madurando en toda la región.
¿Qué dijo? Que los chinos son los que “mejor ponen en práctica la doctrina social de la Iglesia”, que “buscan el bien común” y combaten “el dominio de la economía sobre la política”, que tienen “una calidad moral que no se puede encontrar en ningún otro lugar”. Cómo la midió, no lo dijo.
La cosa, en sí misma, no es sorprendente: el universo ideal del nacionalismo latinoamericano se edificó en oposición al universalismo liberal: demasiado cosmopolita, anglosajón, protestante. Se explica así que haya cabalgado las sucesivas oleadas de nacionalismos antiliberales: la del fascismo, la del comunismo, la del islamismo. ¿Por qué no la china? La ironía es tentadora: los nacionalistas latinos están tan obsesionados con el liberalismo que se les escapa una evidencia; que de él, los chinos toman la economía capitalista y reniegan de la democracia, los derechos individuales, el estado de derecho; o sea de lo que el liberalismo creó para humanizarla.
Esto tampoco sorprende: de esos valores, al nacionalismo panlatino nunca le importó nada. Siempre invocó la unanimidad del pueblo: faltaría más que un sacerdote de antigua estirpe nacionalista o un socialista del siglo XXI se escandalizaran por un régimen de partido único, la tortura de Estado, la represión de la disidencia, la deportación de poblaciones enteras, por una infinidad de otros abusos. Quisquillas: el Todo es superior a la Parte, el bien común vale el sacrificio de unas manzanas podridas y de las libertades “formales”.
Ya sé que estos argumentos no harán mella en quienes, por odio a lo que suene liberal, se casarían con el diablo. Veamos entonces si otros funcionan. Muchas empresas chinas en América Latina violan los derechos sindicales y los contratos laborales. La lista de abusos es interminable: represión de las protestas, contaminación, importación de trabajadores chinos, coimas, bajos salarios. ¿Quien ha siempre despotricado contra la explotación capitalista, varias veces con razón, encuentra todo eso normal si viene de los chinos?
Los nacionalistas latinos siempre han inflado sus pechos contra la dependencia, las inversiones extranjeras, el FMI: ¡imperialistas!, era el grito de batalla ¿Acumular enormes deudas con los chinos es una nueva forma de soberanía? ¿Vender empresas estratégicas a los chinos es hacer la Patria Grande? ¿Y qué pasa con el dumping, con el que los chinos causan la quiebra de empresas locales invadiendo el mercado de productos pésimos a precios de ganga? Es el resultado del primado de la política sobre la economía, del Estado sobre el mercado, que le permite al gobierno chino hacer esta y muchas otras operaciones impropias.
En realidad, China no es el problema: es un país grande y complejo, con raíces sólidas pero en transformación convulsiva. Es útil,fascinante; es un socio necesario para América Latina y lo será cada vez más. Está muy bien que los países de América Latina le sean amigos, pero también que le impongan reglas y leyes. Al mismo tiempo, con China no tienen nada en común: historia, creencias, costumbres. Buscar en ella un modelo, es perder tiempo, es dar rodeos.
China no es mala ni buena: es otra cosa, remota, insondable. El problema es otro: es porqué hay quienes en China buscan el modelo. Es otra coartada para luchar siempre contra el mismo enemigo, la sociedad abierta, libre y plural, siguiendo siempre el mismo mito: el reino de los cielos. Lo cual, sin embargo, como debería saberse, no es de esta tierra.
China y el reino de los cielos, de Loris Zanatta.
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