Lamentablemente para el futuro de la próxima generación tres aspectos contribuyeron a que esto no ocurriese. Primero, un oficialismo que no se atrevió a imponer una agenda de transformación relevante y que prefirió generar en la población la sensación de que no estábamos tan mal: la fe y la esperanza se comieron dos años y medio de gestión. Segundo, una oposición destructiva en cuanta iniciativa de cambio que intentó proponer el gobierno siendo la corrección tarifaria quizá, el ejemplo más elocuente. Tercero y lo mas importante, una sociedad que democrática y mayoritariamente votó por un cambio pero que al percibir los costos que el mismo implicaba decidió desentenderse y renunciar al mismo, no estando a la altura de semejante desafío histórico. Mucho se habla de la herencia K, lo cual es cierto, el estado de la economía argentina en 2015 era sumamente comprometido. Pero poco se habla del formidable stock de confianza con el que este Gobierno comenzó su gestión en 2016. Uno de los costos mas elocuentes del gradualismo oficialista fue la destrucción de gran parte de ese stock inicial con el riesgo país subiendo muy drásticamente desde sus mínimos en octubre 2017, aspecto que se exacerbó con la tan conocida conferencia del 28D cuyos costos seguiremos pagando por años todos los argentinos. Reconstruir ese nivel de confianza llevará años enteros de hacerlo todo bien, el mejor escenario posible en la actualidad es la recuperación parcial de las paridades de los bonos cortos y medios y una baja razonable pero nada espectacular de nuestro recalentado riesgo país. La economía del 2018 sigue siendo en esencia la misma economía K del 2015. De esta forma, nada puede salir bien bajo este marco de distorsión no corregido y los responsables somos todos: gobierno, oposición y ciudadanía ausente.
Copiado de La Argentina que se viene: entre la mediocridad y la incertidumbre.
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