Las últimas semanas han dejado de manifiesto la delicada situación económica del país. Por más que desde Cambiemos hablen de meros sobresaltos, lo cierto es que el cuadro es claramente de crisis. Sin ir más lejos, la dirección del Banco Central fue removida luego de una llamado a las apuradas al Fondo Monetario Internacional. Mal que le pese al Gobierno, también es cierto que esta fue una de las crisis más anunciadas de los últimos tiempos. Sin embargo, en lugar de escuchar los llamados de atención, el Gobierno se distrajo hablando de los "plateistas". Hoy toda la sociedad esta pagando costos evitables.
Es normal que en un contexto de estas características surjan varias interpretaciones, algunas de ellas más vinculadas a las emociones que a la racionalidad. Las explicaciones emocionales son más sencillas que las racionales. Son también un caldo de cultivo de mitos y falsedades. Este sesgo emocional alimenta una tesis errada sobre la situación económica de la Argentina. Esta tesis, aceptada por el Gobierno y buena parte de la sociedad, sostiene que al momento de asumir el nuevo gobierno había sólo tres alternativas: 1) Seguir el mismo camino y terminar como Venezuela; 2) Hacer un ajuste salvaje y volar por los aires y 3) Ejecutar un programa gradual y rogar que no hubiera imprevistos en el camino (es decir, basar el plan económico en un milagro). En otras palabras, es el gradualismo o no es nada.
El error se encuentra en el punto 2. La doctrina consiste en creer que shock implica, necesariamente, un salvaje ajuste social. El problema es que este punto es fácticamente incorrecto. Existen casos históricos de shock sin costos sociales. Quizás el ejemplo más emblemático sea el de los países de la ex Unión Soviética. Estos países satélite han aplicado reformas de distinta profundidad y velocidad. Partiendo de una situación similar, el resultado es claro. Aquellos países que aplicaron políticas de shock tuvieron un mejor desempeño económico sin mayores costos sociales. Parece que a nadie se la ha ocurrido estudiar tamaño caso para aprender qué y cómo implementar en la Argentina.
Lo cierto es que una política de shock puede estar bien diseñada e implementada, o hacerse a las apuradas y terminar siendo mal implementada. Es un error conceptual creer que shock es siempre lo segundo, mientras que gradualismo es siempre lo primero. También es un error creer que shock es sinónimo de corte brutal de gasto público de la noche a la mañana. A veces parece ser que los críticos del shock no se han detenido a leer en qué consisten de hecho las propuestas de shock, mucho menos en estudiar casos históricos como los mencionados en el párrafo anterior. De esta tesis se desprende que el problema no son los errores del gradualismo, sino esos molestos economistas neoliberales ortodoxos que alertan sobre los inevitables problemas del gradualismo. El problema no es la política económica del Gobierno; el problema son los economistas. El problema no es el paciente sedentario con una mala dieta; el problema es el médico que alerta sobre los peligros. Sin embargo, es el médico a quien hay que desenmascarar de sus ocultas intenciones. No se vacila, incluso, en correlacionar al neoliberalismo y a las políticas de shock con dictaduras militares. Estas convenientes correlaciones olvidan defensas como la de José Alfredo Martínez de Hoz al gradualismo.
El problema también es el mercado, que en lugar de ser un orden espontáneo de incontables interaccciones entre individuos, parece ser una persona o un ente con objetivos determinados. Por ejemplo, no es que una política inconsistente eventualmente produce costos, sino que es el mercado quien pone en aprietos al gobierno. No es mi mala dieta la que me produce problemas, es el colesterol que complota en mi contra. Sorprende la ingenuidad de estas afirmaciones cuando la Argentina aún es una de las economías más reguladas (y aisladas) del mundo.
Las críticas al gradualismo se han enfocado en dos puntos. En primer lugar, al no haber un plan económico, la política de gradualismo sólo posterga y agranda los problemas a resolver. En segundo lugar, el gradualismo es demasiado lento, y lamentablemente no hay tiempo. Es cierto que el kirchnerismo dejó una bomba de tiempo. El problema es que el gradualismo de Cambiemos es más lento que la cuenta regresiva. No hace falta rogar que no haya imprevistos que nos permitiesen llegar a la estabilidad económica. Existe la cuarta opción dejada de lado: implementar un plan consistente (el mal llamado ajuste salvaje) que permita cambiar el rumbo de una buena vez. El defensor del gradualismo parece tener la falsa ilusión de sostener que dado que el shock no es viable, entonces el gradualismo sí lo es.
La defensa del gradualismo cae a su vez en vicios retóricos. En lugar de lidiar con la crítica al gradualismo, se lo cuestiona moralmente al sostener que en verdad se tienen objetivos moralmente cuestionables. Esta estrategia se protege, convenientemente, con un envoltorio de teorías conspirativas. De esta manera, cualquier cosa que el oponente sostenga no hace más que sumarse a la evidencia de la conspiración.
No parece ser una tesis a considerar que los críticos del gradualismo interpretan la situación de otra manera. ¿Será posible, quizá, que los críticos del gradualismo vean que estos planes suelen fallar y entonces se termina aplicando un shock a las apuradas, mal diseñado, y mal implementado? ¿No será posible que la mala prensa que el shock tiene en la Argentina se deba a los crónicos fracasos del gradualismo? La Argentina está atravesando una seria situación económica. La sociedad, y el Gobierno, en particular, deberían escuchar más, dejar de lado el voluntarismo y dar más cabida a un análisis más racional y menos emocional.
Copiado de No dejar que la emoción le gane a la razón.
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