La gente rezaba por la normalización económica en medio de las llamaradas del dólar, pero apagado el incendio sobreviene el desierto, y ese valor de bombero será insuficiente para atravesar las ardientes arenas con hidalguía y con chances ciertas. "El político debe ser capaz de predecir lo que va a pasar mañana, el mes próximo y el año que viene, y de explicar después por qué no ha ocurrido", decía Churchill. Hace unas semanas, el Presidente habló largamente con el historiador israelí Yuval Noah Harari, quien le recordó algo central: los populismos no reconocen nunca sus errores, no hacen autocrítica; por lo tanto jamás pueden remediarlos, y cuando las cosas salen mal, se ven obligados a buscar culpables externos. Macri debe una explicación (Churchill), una autocrítica (Harari), una pasión (Zizek) y, lo más importante, el minucioso planteo de un país soñado. Que para él es Australia, a la que estudia con devoción desarrollista, pero que en verdad se parece mucho más a la Argentina que pudo ser y no fue: una nación que deja por fin atrás aquella desatención por el mundo, patología endogámica que lo hizo perder todos los trenes de la Historia; un nuevo lugar donde se discuta el trabajo del futuro inminente, la inserción en el comercio global, la robótica, la inteligencia artificial y las monedas electrónicas, en vez de las fórmulas antediluvianas de "progreso" que proponen una y otra vez los amenazantes hijos multimillonarios de la Carta del Laboro y sus socios peronistas y eclesiásticos
.Copiado de Aquí se libra una batalla.
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