La latrofobia es ese miedo intenso e irracional, de carácter enfermizo, según el cual una persona teme acudir al médico, someterse a los análisis y descubrir una posible patología. Una gran parte de nuestro pueblo se intuye enferma, pero rechaza los tratamientos y no se atreve siquiera a abrir el sobre de los resultados, que en las oficinas del Banco Mundial se abrieron para un selecto grupo de cientistas políticos. La Argentina, entre doscientos países, es uno de los que menos crecieron a lo largo de los últimos 70 años; registró diez crisis graves, que si al menos hubieran calcado las que padeció Uruguay hoy tendríamos el PBI per cápita de España. Desde comienzos de la década del 60, solo durante cinco años no sufrimos déficit fiscal, y eso fue a costa de la licuación catastrófica de 2001. Nuestro promedio de inflación fue, durante más de medio siglo, del 173% anual. No solo somos la segunda nación en cantidad de años de recesión, sino que nos seguimos destacando como el tercer país entre los más cerrados del planeta. El consumo de los argentinos, sin embargo, es porcentualmente más alto que el de los europeos, si se lo compara con lo que cada sociedad produce. Y el gasto público, que venía con un promedio del 26% en las últimas seis décadas, alcanzó durante la “década ganada” el 42% del producto bruto, un salto astronómico y sin más respaldo que el voluntarismo mágico. He aquí esencialmente la herencia impagable del kirchnerismo y, sin entrar en otros rubros calamitosos (como pobreza y educación), el chequeo general de toda nuestra desgracia.
Copiado de Estalló la bomba y hay que barajar y dar de nuevo.
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