Está claro que la cuestión de los tomates puede tener detalles sectoriales en particular que puedan afectar la ecuación y que no necesariamente deban trasladarse al resto de la economía. La realidad es que una lata se produce a $ 6 o $ 7 a precio salida de fábrica en Mendoza o San Juan, precios súper competitivos y más bajo que los precios de importación. Pero llega a la góndola al triple, entre $ 20 y $ 22. Los consumidores ni siquiera se benefician con el Mark up de los importadores. Según Arcor, 40% del precio de una lata de tomate es impuesto y 35% es transporte y logística. Como todo. El Gobierno simplifica y dice que el problema es el precio de la lata, que el grupo Techint la cobra muy cara. Pero es obvio que a Techint, como a Arcor y al resto de los empresarios, todo les cuesta más caro. La tasa de interés, la inflación, los juicios laborales y definitivamente la presión impositiva. El Gobierno insiste en que bajó los impuestos y se cree su propio relato. Pero la indexación del impuesto a las ganancias sin ajuste por inflación en una economía que heredó la inercia inflacionaria de 10 años y que acumuló 60% más de costo de vida en los últimos dos años y podría sumar 20% más en el tercero, lejos de bajar los impuestos, fuertemente los aumentó. Lo mismo con la carga impositiva en tarifas y las tasas municipales más impuestos territoriales en las provincias. La recuperación de la competitividad es muy lenta y se promete para el mediano plazo.
Una vez más, el gradualismo pasa la cuenta. Al haber optado por no utilizar la devaluación al principio de la gestión para ayudar al ajuste fiscal, y al tener en consecuencia que financiar un exorbitante déficit heredado y aumentado con deuda en dólares, los desequilibrios profundizaron el problema de la competitividad, sobre todo en la industria. Se cocinó un complicado atraso cambiario del que cuesta salir, y tampoco se pueden bajar mucho los impuestos y el costo argentino en general por la inflación que tarda en bajar a niveles que permitan mejorar la competitividad. Una verdadera doble Nelson: atraso cambiario y record de presión impositiva y de costos. Las empresas pagan más impuestos que antes, pagan más tasa de interés que antes, pagan mayores costos laborales y logísticos que antes, pagan más cara la energía y las tasas y contribuciones municipales y provinciales y cada vez el país es más caro en dólares y más abierto a los productos terminados del exterior que ingresan por el dólar barato a precios imposibles para que pueda competir la industria local, aún la más eficiente como es el caso de las alimenticias. Es saludable la apertura y la competencia, pero en un modelo de equilibrio fiscal que no atrase el tipo de cambio para financiar el déficit.
Copiado de Acepta Macri oportuna tregua en la Guerra del Tomate contra la UIA.
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