La globalización había llegado para quedarse. Las naciones iban a subsumirse en grandes “espacios”, de los cuales la Unión Europea era sólo un anticipo. El proteccionismo tenía los días contados. Y, caído el muro, agonizaban las ideologías. El mundo iba a estar seguro como nunca. Esa fue, durante los años ’90, la fantasía cautivadora que atrapó a Occidente. La respaldaron millares de trabajos académicos, según los cuales nos acercábamos al borrado de las fronteras, el fin de los aranceles y la paz duradera. Francis Fukuyama sostenía que el mundo ya no podía perfeccionarse más. Era el fin de la historia.
Pero quien más razón tenía era un académico napolitano, Giovanbattista Vico, nacido en… 1668. Vico enseñaba que la historia nunca es lineal.En Principios de una ciencia nueva, su obra maestra, se lee que el progreso continuo no existe. Las sociedades avanzan y en algún momento retroceden. Es el corsi i ricorsi: el ida y vuelta, el flujo y reflujo. El progreso consiste, en todo caso, que en el retroceso no se pierda todo lo ganado.
A Vico no le habría asombrado que Gran Bretaña se retirase de la Unión Europea, que Cataluña estuviera al borde de la secesión o que hubiese, en gran número de países, movimientos ansiosos por convertir un retazo geográfico en nación. Tampoco le habría asombrado que un presidente norteamericano quisiera separar a Estados Unidos de México mediante un muro, o poner trabas a la importación de acero o aluminio. Ni siquiera le hubiese parecido inverosímil que Italia estuviera cerca de tener un gobierno reminiscente del fascismo. Ni que Europa –que había creído inventar la “tercera vía”—viera renacer aquí y alla la vía de la derecha. Lo que Vico no habría creído, antes, que el mundo post-soviético hubiese alcanzado un equilibrio permanente.
En cambio, los que seguimos a los teóricos de la globalización, tardamos en entender el corsi e ricorsi. Empezamos a vivirlo a pleno el día que pilotos suicidas tiraron abajo, en Nueva York, los dos edificios más altos del hemisferio occidental.Luego asistimos a las venganzas inútiles. Un día vimos cómo el Presidente de Estados Unidos verificaba, mediante una emisión de TV en directo, cómo sus enviados asesinaban al feroz bin Laden, líder de la temible Al Qaeda. Y, tiempo después. le prestamos atención al grupo terrorista que vino a suceder a Al Qaeda, pero no lo hicimos antes de que el grupo realizara un raid homicida en un periódico de París. Era el ISIS, que luego formaría un “estado islámico” y sembraría terror por toda Europa. Los talibán, mientras tanto, siguen luchando contra los gobiernos afgano y paquistaní. La aniquilación de los demonios, como Saddam Husein o Muamar el Gadafi, no nos llevó a ningún cielo. Hoy los noticieros nos muestran, cada noche, que en el mundo no hay paz ni un solo día.
Se ven filas infinitas de rohingyás: musulmanes sunitas que huyen de la feroz “limpieza étnica” que emprendió contra ellos el gobierno budista de Birmania (Myanmar, según su nuevo nombre). Son los rohingyás que marchan de Myanmar a Bangladesh. Ya han emigrado 500 mil de los 7000 mil que vivían en Rakáin, un estado del oeste birmano, como se ve en You Tube si miramos: “El drama de los rohingya huyendo de la muerte en Myanmar”; “¿Por qué huyen los rohingya?, y en “Las impactantes imágenes aéreas de su éxodo a Bangladesh”.
En Siria, la guerra civil enfrenta al gobierno alawita, de origen shiíta, con los rebeldes sunitas. Esa guerra –en la que intervienen Estados Unidos y Rusia-- ya provocó 400 mil muertes y la emigración de cinco millones de sirios, casi todos dejando su atormentado país para buscar paz en Europa y encontrándose, también allí, con penurias. Mientras, el gobierno ha usado armas químicas contra los rebeldes, provocando asfixias, quemaduras y muertes (asi lo muestra “Ataque de armas químicas con gas sarín en Siria”, Noticiero Univisión). Goutha es un infierno (Eastern Ghouta - No Comment, en YouTube). Los sunitas, víctimas en Myanmar, son victimarios (o ambas cosas) en Medio Oriente, donde han declarado la guerra a los chiítas; guerra que amenaza con destruir a Siria.
Ni esto le habría extrañado a Vico, quien escribió que “una ciudad (o país) dividido por religiones, está en ruinas o cerca de estarlo”.
Pero también hay conflictos entre sunitas y sunitas. Arabia saudita, los Emiratos Árabes Unidos, Jordania y Egipto, están enfrentados a Qatar, aliado de Irán y apoyado por Turquía.
La lista de conflictos es interminable. El incesante enfrentamiento palestino-israelí (que no deja de producir muertes) ha sido agravado por el gobierno de Estados Unidos, que declaró a Jerusalén capital de Israel y trasladará su embajada a esa ciudad, sagradas para tres religiones.
En un plano donde no hay el dramatismo de las guerras, la economía internacional (y en especial la de algunos países) un daño alarmante, provocado por el retorno del proteccionismo. También en esto nos encontramos con un ricorso inesperado. El NAFTA –ese acuerdo de libre comercio entre Estados Unidos, Canadá y México— que en Latinoamérica era sospechado de ser instrumento del imperialismo, es atacado hoy por el presidente Trump, quien considera que el NAFTA va contra los intereses de los Estados Unidos.
Ni globalización, ni libre comercio, ni paz. Las ilusiones noventistas se han desvanecido. Pero esto tampoco será irreversible. El desafío de la política internacional es reanudar el avance, con la fuerza necesaria para que el próximo retroceso tarde en llegar y sea menos drástico.
Copiado de Corsi e ricorsi, ida y vuelta de la Historia, de Rodolfo Terragno.
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