Es natural que a la mayoría de los argentinos no les importe demasiado: tienen cosas más urgentes en qué pensar; y su efecto sobre las elecciones será casi nulo. Sin embargo implica una encrucijada, uno de esos pasajes históricos en los que un país elige uno u otro camino.
Por cierto: es una oportunidad, no una certeza; un recorrido, no un atraque. Tardó veinte años en salir, pero el tratado es apenas un punto de partida. Para que funcione, necesitará muchas cosas: voluntad política, buenas instituciones, eficiencia, legalidad, espíritu empresarial; todas cosas que, unidas, miden el patrimonio más precioso y frágil de un país:credibilidad, confianza, prestigio; patrimonio que la Argentina ha disipado a menudo en el pasado; las oportunidades van aprovechadas, no son maná caído del cielo.Pero, ¿por qué tratar la burocrática firma de un burocrático tratado como un evento histórico? ¿Hay algo que caliente menos los corazones que un tratado comercial? Nada que ver con quienes prometen “poner dinero en los bolsillos de la gente”; con el milagro de la distribución de los panes y de los peces invocado por aquellos que no tienen idea de cómo crear riqueza pero saben muy bien cómo comprar consenso dilapidandola. ¡Quieren “reprimarizar” la economía argentina!, grita indignado quien durante años lucró con el auge de la soja.
Copiado de El acuerdo UE-Mercosur, un desafío cultural antes que económico.
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