Cuando la tiene difícil ante un micrófono, Fernández apela a una premisa sobre la que intenta edificar la lógica de su discurso. Se trata de un comodín dirigido a congraciarse con todos, una contraseña para abrirle la puerta del operativo retorno a los peronistas remisos tanto como una forma de distanciarse de su compañera de fórmula sin morir en el intento: la memoria edulcorada de Néstor. La edad de oro, mítica y pura, del movimiento nacional y popular. "La verdad es que me gustaría mucho más volver a la lógica de cuando gobernábamos con Néstor", afirmó esta semana. Quiso decir que el que vuelve es un kirchnerismo razonable, lejos de los desvaríos de Cristina. Como si Kichner fuera sinónimo de moderación. Lo cierto es que las peores prácticas del kirchnerismo las gestó Néstor cuando Fernández era su jefe de gabinete. El amedrentamiento y la persecución de la Justicia, de la prensa, de los empresarios, y hasta el sometimiento de la propia tropa empezaron con Kirchner, que lo quería todo. En especial, toda la plata. Para eso montó un sistema de saqueo al Estado de proporciones inéditas, como se describe en los cuadernos del chofer Centeno y como confesaron tantos de los empresarios involucrados. La diferencia es que ella, cuando sintió que tenía el país en sus manos, lo cantó a los cuatro vientos: "Vamos por todo".
Copiado de Alberto Fernández, un equilibrista en apuros.
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