La posibilidad de éxito del engaño tiene un límite. Depende tanto del tamaño de la mentira como de la convicción del que miente. Alberto Fernández y Cristina Kirchner impulsan un simulacro, pero su talento para lograr la suspensión de la capacidad crítica de los incautos es dispar. Para estar ante una cosa -un latrocinio, por ejemplo- y ver otra -la revolución socialista, digamos- se necesita la fe de los fanáticos. Fernández no pertenece a la clase de políticos capaces de promoverla. Aun en medio de los excesos del kirchnerismo, cultivó a conciencia formas moderadas y ahora se coloca -o lo han colocado, que para eso lo llamaron- en un lugar delicado: justificar y defender la década perdida a través de la razón. Y eso, para peor, después de haber defenestrado, con lógica cartesiana, la gestión de su exjefa y actual compañera de fórmula. Ahora Fernández tropieza con sus propias contradicciones. No debería enojarse con los periodistas. Fue él quien aceptó el convite de la expresidenta. Se equivocó de partido o de método. Por ahí la cosa no va.
Copiado de Alberto Fernández, un equilibrista en apuros.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario