Dos ejemplos recientes.
1) Cierre de las exportaciones de carnes. En su momento fue publicitado como una medida para abaratar el precio de la carne en el mercado interno. Luego se supo que la realidad era otra: los frigoríficos de exportación fueron arrastrados a la quiebra y malvendidos. Coincidió con el cierre de las importaciones de Europa de carne brasileña por un brote de aftosa. La gran cadena brasileña compró a precio de ganga frigoríficos argentinos en dificultades y así cubrió sus pedidos europeos (recuerden la conferencia en Casa Rosada de Cristina Fernández y ejecutivos brasileños). La duda abierta es si el pulpo brasileño -con su propietario confeso y condenado por pago de sobornos- exportó carne argentina a Europa, o simplemente, exportó carne brasileña con papeles argentinos. Es decir, falsificó las cartas de embarque.
2) La Secretaría de Comercio prohibió las exportaciones de aceitunas, lo que forzó al Sr. Nucete a vender su empresa. El diputado Yoma, en su momento, hizo públicos estos hechos. Ignoro si hizo una denuncia formal ante la Justicia Federal.
Un país cerrado, como el nuestro, sufre otras consecuencias: caída de la demanda laboral, desocupación y una baja del salario real por exceso de oferta. Los desocupados son ese ejército que tira hacia abajo los salarios. Sin el seguro de desempleo encubierto que constituye el empleo público, nuestra tasa de desocupación sería estratosférica.
Si la Argentina comenzara definitivamente a exportar, los sueldos reales subirían notoriamente. Décadas atrás, cuando la Argentina exportaba, tenía de los salarios más altos del mundo.
Copiado de Es un delirio vivir del mercado interno
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