... las fronteras no son únicamente aquellas que dividen los países enmarcando diferentes idiomas, culturas y estilos de vida. Diariamente, nos encontramos con pequeñas y grandes decisiones que son fronteras que decidimos cruzar.
También al comer, nuestra boca se deleita con los lindes ofrecidos por el sabor y las consistencias; una sopa deliciosa de calabaza al ajillo fondeada con cebollas y vino blanco puede aburrir por su mojadez, pero al combinarla con un crostón crocante de pan de campo alerta la felicidad de nuestra boca, con el agregado de estos encuentros. Las consistencias pesan mucho. No sólo es el sabor quien nos guía y nos llena de satisfacción.
(...)
Hace muchos años visité en San Francisco el museo de las fronteras, que demostraba que a lo largo del día, en nuestro andar, hay una sucesión de fronteras físicas, como una puerta; imaginarias, como un miedo de ir a cierto lugar, y sensoriales, como entrar a un cuarto con calefacción.
Cuando estamos por salir, una lluvia se convierte en frontera, y cuando estamos por hacer el amor, la ropa, las sábanas y las almohadas pueden ser fronteras que hay que abordar. Estoy convencido de que todas las acciones que realizamos son puentes que nos conducen a lugares que nos gustan o desagradan; esa sucesión de puentes va formando el lenguaje de nuestra vida y quienes somos. Zambullirnos en una pileta o en la ola de mar es un abrupto traspaso de fronteras.
Copiado de Puentes imaginarios, de Francis Mallmann.
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