De todos modos y más allá de la conmoción inicial, si lo pensamos bien, no nos contaron nada nuevo. Todos sabíamos que ningún gobierno le puso tanta garra a la causa AMIA como los Kirchner. Que tanto el Jefe como la Jefa fueron muy valientes denunciando a los iraníes en cada reunión de Naciones Unidas entre 2003 y 2011. Que los iraníes presionaban para canjear impunidad por compra de granos, según contaron los cancilleres Bielsa y Taiana, y que el Compañero Jefe siempre los mandaba a freír churros. Que un día el Gobierno cambió de estrategia y comenzaron negociaciones secretas con Irán. Chocolate por la noticia, el querido Pepe Eliaschev lo contó dos años antes y fue insultado por Timerman. Que de un día para el otro apareció un Memorándum de Entendimiento que fue aprobado en el Congreso bajo presión y por obediencia debida. Que D'Elía es amigote de los acusados y habla con ellos. Que el tipo camina por la Rosada como pancho por su casa. Que siempre fue invitado a sentarse en la primera fila de todos los actos de la Jefa. Que a dos años de su aprobación, se demostró que el Memorándum no servía para nada. Explíquenme entonces qué parte de la historia no sabíamos. Obviamente, sólo quedaba un pequeño detalle colgado a confirmar: que todo esto fue un plan para hacer zafar a los acusados a cambio de mejorar el intercambio comercial. Eso dice Nisman. Dios quiera que esté equivocado y que sólo sea un cuento de Scherezade. No parece.
De Las mil y una, de Sebastián Borensztein.
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