Dice James Neilson:
De más está decir que, de haber nacido Jobs en la Argentina, le hubiera sido virtualmente imposible poner manos a la obra a menos que se sumara a la emigración de cerebros que tantos perjuicios nos ha ocasionado. Si bien al país le convendría que sus gobernantes trataran de crear un medio ambiente socioeconómico y cultural en que podrían florecer hombres como Jobs –el valor de mercado de Apple equivale a más de la mitad del producto bruto anual de la Argentina–, ni los oficialistas ni, con escasas excepciones, los opositores parecen tener el menor interés en intentar algo tan exótico y "antipopular". Hasta que cambien de opinión, no habrá lugar aquí para empresarios capaces de transformar buenas ideas en riquezas superiores a las proporcionadas por cualquier cantidad de soja, trigo o por casi toda la industria nacional.
Neilson resalta además lo atípico de la consideración popular que tuvo Steve Jobs como empresario. Por que según el lo normal es pensar que
Los empresarios están a la defensiva en todas partes. Se sienten incomprendidos. Saben que su imagen colectiva es mala, que a juicio de muchos son sujetos materialistas despreciables de gustos vulgares, cuando no ladrones siniestros que roban al pueblo lo que en un mundo mejor sería suyo.
Este trato atípico a Steve Jobs, el empresario, se manifestó en los medios nacionales con alabanzas varias, como "genio", "el Da Vinci del siglo XX", "el Picasso digital", "un ícono", "un visionario". Y lo mismo se dió en el exterior, con homenajes que aún continuan.
Claudio Scaletta se hace preguntas similares a las de Nielson:
Pero desde la economía y, sobre todo desde la Argentina de 2011, resulta más interesante preguntarse por qué no hay “Steves Jobs” aquí. O, ampliando el horizonte, por qué el Silicon Valley está en California y no existe uno similar, por ejemplo, en Mendoza. ¿No pueden surgir aquí personalidades brillantes y creativas capaces de ser innovadoras?
La primera respuesta es que tanto a las interpretaciones marxistas como a las de la espontaneidad del genio, les faltan dos componentes esenciales, el Estado y el contexto. El Silicon Valley se desarrolló en Estados Unidos porque este es el país que, a través de la participación pública en el llamado complejo militar-industrial, posee la política industrial más activa del mundo. Firmas como Apple, no innovaron en procesos productivos, en todo caso esto lo hicieron y hacen sus tercerizadas proveedoras asiáticas en contextos más amplios del desarrollo capitalista global. Sus innovaciones se produjeron primero en la adaptación de desarrollos que surgieron, como es el caso de las computadoras o Internet, del complejo militar y después fueron redirigidas por visionarios que, como Jobs, vislumbraron sus usos civiles y de consumo masivo. Luego, ya en segundo lugar, está el contexto. La mítica empresa que nace en el garaje de clase media de jóvenes inquietos no sería nada sin un sector financiero dispuesto a apoyar a los genios innovadores y sin una capacidad de consumo interna que pueda absorber los nuevos productos. No se trata solamente del capital tecnológico que se retroalimenta de ciclos de ganancia anteriores, sino del conjunto del capital fluyendo hacia los sectores de altísima rentabilidad potencial en el marco de sociedades con un alto poder adquisitivo.
Scaletta concluye que
Steve Jobs puede haber sido un tipo genial, pero no todo su éxito se debió a la pura genialidad.
El valor de un empresario. Por James Neilson.
Steve Jobs, la innovación y el Estado. Por Claudio Scaletta.
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