En las democracias maduras, hasta un desliz menor por parte de un mandatario puede resultar más que suficiente como para “desestabilizar” a un gobierno considerado exitoso. En la Argentina, la mayoría suele ser más tolerante. Si bien últimamente ha bajado el valor de las acciones de Cristina en el mercado político, sigue contando con el respaldo de una minoría muy significante que se resiste a dejarse perturbar por asuntos como el pacto con los teócratas furibundos de Irán, el tuit extravagante con el que insultó a los socios estratégicos de China justo cuando les suplicaba algunas moneditas y su reacción gélida frente a la muerte, en circunstancias nada claras, de un fiscal de la Nación, para no hablar del aumento fenomenal del patrimonio de la familia Kirchner y las desventuras del vicepresidente Amado Boudou.
En Herencia maldita de James Nielson
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