sábado, febrero 28, 2015

Eramos otro País

La Argentina de hace 100 años se ubicaba entre los diez primeros países en términos de ingresos per cápita, superada sólo por Bélgica, Suiza, Reino Unido, Australia, Nueva Zelanda, Canadá y Estados Unidos. Las exportaciones e importaciones de mercancías argentinas, entre 1865 y 1914, se habían multiplicado por catorce y once, respectivamente. En el mismo lapso la llegada de millones de inmigrantes provocó que la población argentina creciera cuatro veces, de 1,75 a 7,2 millones de habitantes; para 1914 la población extranjera alcanzaba casi la tercera parte del total del país. Las inversiones extranjeras financiaban diversas actividades, como la obra pública, ferrocarriles, viviendas, sector financiero, frigoríficos, puertos, telégrafos, tranvías, teléfonos, red de agua y electricidad y el comercio. Las inversiones extranjeras provenían mayoritariamente de Inglaterra (principal potencia económica del planeta), seguidas de las francesas, alemanas y norteamericanas. Así, el 50% del stock de capital invertido se había logrado gracias a las inversiones del exterior.
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Desde 1930 y hasta la actualidad prácticamente la economía argentina se ha caracterizado (con excepciones parciales y temporales) por una estrategia de sustitución de importaciones. Esto es: cerrar el mercado interno a la competencia del exterior con el objetivo de impulsar la producción local regalándoles a los empresarios autóctonos el mercado interno. El resultado es contundente: el ingreso per cápita argentino se ubica 75º en el mundo, con niveles de pobreza que rondan el 30%, una inflación récord para estándares internacionales que nos hacen merecedores del segundo o tercer lugar a nivel mundial, una economía que sólo participa con menos del 0,3% de las exportaciones e importaciones mundiales (en 1910 eran del 3%), para mencionar algunos números. La estrategia de crecimiento económico de la Argentina de las últimas ocho décadas ha sido un rotundo fracaso nacional.

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