Durante un siglo la Argentina retrocedió. A comienzos del siglo XX, nuestro ingreso por habitante equivalía al 65% del ingreso per cápita de Estados Unidos. Ello se mantuvo hasta la crisis del 30, para luego iniciar un declive persistente hasta llegar en la actualidad a un nivel equivalente a menos del 40% del ingreso de los norteamericanos.
Durante las administraciones del matrimonio Kirchner nos consumimos la infraestructura y nuestros recursos energéticos acumulados en años anteriores. Y desde 2011, la economía, deteriorada por donde se la mire, estaba estancada y retrocedía no ya en términos relativos sino incluso en forma absoluta en términos per cápita.
No hubo aún una década ganada en Argentina. Estamos convencidos de que esa década es la que se inicia este año. Y esperamos que no sea una, sino al menos dos décadas ganadas, que nos permitan volver a formar parte del grupo de países desarrollados.
Durante este largo período no sólo perdimos el tren del crecimiento, sino también el del desarrollo. La pobreza aumentó sustancialmente. Cuando asumimos, el país tenía una tasa de pobreza de 30%, aunque el relato K nos decía que era más baja que en Alemania. Retrocedimos en materia distributiva y en calidad educativa. Recibimos un Banco Central sin reservas, el tesoro nacional con un déficit primario bien medido de 5.2% del PBI, una de las inflaciones más altas del mundo, cepo cambiario y todos los precios relativos fuertemente distorsionados.
No sólo el déficit fiscal era altísimo, sino que el nivel de gasto público en relación al producto bruto interno era insostenible a pesar de que la presión tributaria era récord. Cobrábamos los impuestos más distorsivos, que nos impedían crecer al afectar nuestras exportaciones, así también como el impuesto inflacionario, que sólo es pagado por los más pobres. Además, estábamos de nuevo en default y sin acceso a los mercados de crédito.
Comienza un nuevo ciclo en la Argentina, por Nicolás Dujovne.
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