Sobrevuela el asunto una mirada tilinga, clásica de Palermo Hollywood, según la cual es perfectamente natural que los humildes adjudiquen la miseria actual a quien lleva gobernando diecisiete meses y olviden o indulten a quienes administraron el país durante 24 años; también que no tengan la lucidez suficiente como para valorar la lucha contra los narcos y las mafias: las principales víctimas de la inseguridad y la adicción no son los vecinos ideologizados de Palermo, sino justamente los laburantes de las calles de barro. Parece que, según los "cafés revolucionarios", los pobres no deberían apreciar las cloacas y las rutas, ni esa pavada de los metrobuses (a veces la única luz en una aterradora y gigantesca boca de lobo), ni los créditos para la vivienda y el consumo. Como los "progres" viven una vida acomodada, no aprecian ninguno de estos logros, les parecen simplemente nimios. Aunque pueden entender, como comprendemos casi todos, que muchos ciudadanos bonaerenses formulen también un voto castigo, puesto que el aumento de tarifas (perversa bomba de fragmentación dejada por la arquitecta egipcia) cerró negocios y aniquiló empleos. En la otra vereda, una tilinguería similar se queja de ese mismo electorado: no puede concebir que siga defendiendo a una millonaria sospechosa y que, aun en la lona, no se sienta atraído por el republicanismo. La estupidez no es de izquierda ni de derecha.
De Jorge Fernández Diaz en Un animal nuevo e inclasificable en la selva política.
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