(...) De repente cunde la noticia de que el cura Gutiérrez, Camila O'Gorman i el niño de ocho meses que llevaba esta en sus entrañas, habian sido fusilados juntos por orden del gobernador Rosas, i sepultados juntos en un cajón. Buenos Aires tiene encallecido el corazón de esperimentar horror, i no es fácil cosa conmoverlo con muertes, degüellos, desapariciones de individuos. Todo es vulgar; pero aquel fusilamiento de una linda joven, de un cura i de un niño, a quien segun la espresion de Ascasubi, el bardo gaucho, "mataban antes de haber nacido," era tan esquisitamente horrible, imprevisto, repentino i aterrante, que valia por una matanza por las calles llevando al mercado las cabezas. Si la ciudad entera hubiese recibido un solo instante la noticia, se la habría visto estremecer como si una cadena galvánica hubiese comunicado a todos una descarga eléctrica. Hemos visto cartas de estranjeros dirijidas entonces a sus corresponsales de Valparaíso en que decía uno: "estoi horrorizado, se me vuela la cabeza; esto es espantoso." I sin embargo, no decía qué era lo que tan profundas emociones le causaba. Quince días después, se esplicó en términos jenerales sobre el acontecimiento, i bajo las mismas impresiones de pavor.
Añádase a esto, que acompañaron a la muerte de aquellos infelices, detalles que despedazan el corazón. La guarnición de Santos Lugares, encargada siempre de ejecuciones iguales, habituada siempre a matar a quien se le ordena, tuvo esta vez horror de si misma, i el oficial contestó sin saber lo que se decia: "que me maten; pero yo no hago lo que me mandan." Fue preciso avisar a Rosas, prolongar la espectacion, i que llegase nueva partida de soldados. Al clérigo le desollaron las palmas de las manos i la corona, práctica que ya se habia observado, con otros cuatro viejos curas i canónigos degollados en Santos Lugares. En el momento del suplicio, el cura criminal flaqueaba; i teniendo los ojos vendados, preguntaba oyendo pasos cerca de él, "¿quién está conmigo? —Yo, le contestaba una voz que por mucho tiempo habia sonado dulce a sus oidos; "¿que tienes miedo? Yo estoi tranquila; me han bautizado a mi hijito." Esta pobre víctima de una pasión, se habia echado el pelo hermosísimo sobre su rostro, para ocultar quizá el rubor tan natural en una mujer; i la madre al sentir amartillarse los gatillos de los fusiles, encojia el cuerpo, como para evitar que alguna bala fuese a matar al hijo que palpitaba en sus entrañas. Los soldados de don Juan Manuel de Rosas, son hombres al fin; uno cayó desmayado al disparar su fusil; otros volvieron la cara haciendo fuego a la ventura, i ninguno acertó a herirla en la primera descarga. En la segunda de ocho tiros, uno hirió en un brazo a la pobre señorita que dio un grito. Al fin la piedad se despertó en aquellos corazones embrutecidos, i a la tercera la despedazaron a balazos. (...)
Camila O'Gorman por Domingo Faustino Sarmiento,
del Tomo 6 páginas 210 y 211,
Obras de Domingo Faustino Sarmiento.
Edición Montt-Belin 1884-1903
(ortografía original)
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