Axel Kicillof y su escudero Augusto Costa, el secretario de Comercio, tienen suerte: en su mundo no hay inflación. Sólo "dispersión de precios". Un fenómeno que no está relacionado con la emisión, sino con el abuso de los productores y comerciantes. Uno de los axiomas centrales de estos economistas es que los precios no derivan del juego de la oferta y la demanda. Son el resultado de agregar a los costos una rentabilidad razonable. Las subas desmedidas se deben a la perversidad de los empresarios, que ejecutan una "apropiación exagerada de la renta", como dice Jorge Capitanich. Guillermo Moreno tenía la misma concepción, Sólo que para evitar la "apropiación exagerada" no daba conferencias con Costa: mandaba a "Acero" Cali.Esta teoría no consigue resolver algunas incógnitas. Por ejemplo: ¿por qué en los años 90 no había inflación y ahora sí? ¿Menem habrá sido más eficaz que los Kirchner en tener a raya la voracidad empresarial? Ajenos a estos dilemas, Kicillof y Costa siguen alimentando de cifras su matriz insumo-producto para determinar cuánto deben valer las cosas. Hasta ahora sólo consiguieron "cuidar" una canasta limitada a 100 productos que se comercian en el área metropolitana. Para el resto del país, explicó Costa, hace falta analizar los costos de transporte, lo que implica detectar dónde se fabrica y dónde se vende cada bien. El secretario está dibujando un mapa interminable, digno de Carlos Argentino Daneri. Kicillof ya intentó hacer uno igual en el sector petrolero, sin éxito. Como la Unión Soviética, él también está amenazado por la insuficiencia del software.
Copiado de Lo que no oculta el silencio de Cristina, de Carlos Pagni.
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