Me gusta mucho una reflexión del escritor Mario Vargas Llosa y creo que sirve para reflejar cómo puede estar el ánimo de un inversor en estos días: "La historia no es lo que pasó, sino lo que uno recuerda que pasó".
La expresión bien puede aplicarse al mundo de las finanzas. Para la mayoría de los argentinos, el período de 2001/ 2002 fue un drama, un tiempo en el que pasaban sus días golpeando la puerta de los bancos para reclamar que les devolvieran sus ahorros de toda la vida. Muchos también usaban parte de su tiempo para pedir que les pagaran los bonos en los que habían invertido dinero. Para algunos, sin embargo, esa crisis fue un momento de gloria, en el que les pesificaron sus deudas o les licuaron parte de sus pasivos; muchos otros, a su vez, compraron activos pagando valores increíblemente bajos, como metros cuadrados de propiedades o participaciones en empresas a valores de un alfajor. Es mentira que una crisis es una oportunidad. Una crisis es una crisis para la mayoría y una oportunidad para pocos.
Un inversor que compró un bono pagando el 100% de su valor se pone seguramente muy nervioso si le hablan de una quita. Sin embargo, si a quien adquirió el bono a solo el 40% de su valor le ofrecen una quita del 20% (o sea, le pagan el 80%), festeja y abraza al reestructurador.
Estos son tiempos de incertidumbre en nuestro país. Pero pase lo que pase en materia política, la mayoría de nosotros vamos a tener que buscar el camino, el negocio, la oportunidad que nos ponga competitivos para generar los recursos necesarios para mantenernos.
Intentaré, en esta nota, buscar la vuelta para analizar la gran incertidumbre y el miedo generados por lo que se vive en estos momentos.
Primer comentario: Zygmunt Bauman, en su libro Miedo líquido, expresaba que "nuestros miedos son cien veces mayores a los peligros que realmente corremos".
Los datos y los miedos
¿Cómo le explico, amable lector, que un país que tuvo doce meses consecutivos de superávit comercial sufre una corrida cambiaria? El motivo es simple: el miedo mata a la razón.
¿Cómo le explico, amable lector, que en un país que -como ninguno en el mundo- dispone de un 64% de los depósitos en moneda estadounidense garantizado con dólares cash (porque las reservas correspondientes a esos ahorros son de quienes los depositaron y no del Banco Central) y tiene el 36% restante prestado solamente a exportadores de primer nivel, tenga un nivel de retiro increíble de sus depósitos? Nuevamente, la razón es simple: el miedo mata a la razón.
Tampoco tiene otra explicación, amable lector, el hecho de que estemos hablando de "default" en un país que tiene una deuda de 310.000 millones de dólares, cuando la realidad indica que, según los acreedores, la composición de esos compromisos es la siguiente: un tercio está dentro del propio Estado (son activos financieros en poder de diferentes organismos que siempre renuevan sus tenencias), un 20% tiene como acreedor al Fondo Monetario Internacional (que siempre negocia sus vencimientos) y, finalmente, solo 150.000 millones de dólares corresponden a inversores privados (los bonistas). El valor de mercado de esa deuda es de 40% de su valor nominal; o sea que la deuda en manos de ahorristas particulares representa, por precio, menos de 60.000 millones de dólares. Sin embargo, en lugar de hablar de recomprarla, estamos hablando de "default". ¿Por qué? Simple: el miedo mata a la razón.
¿Cómo le explico, amable lector, que empresas como YPF, Telecom, Ternium, los principales bancos argentinos, Aluar, Molinos, en verdad casi todas las compañías que componen gran parte del producto bruto de la Argentina valen la mitad de lo que valían hace 20 años, estando 20 veces más capitalizadas y ganando dinero? Es como si castigáramos al inversor de largo plazo, que es el que proporciona estabilidad, y premiáramos al de corto plazo, que es el que provoca volatilidad.
Si vemos los comportamientos y lo que hoy está ocurriendo, parece que tenemos más exceso de pasado que visión de futuro. Tomamos las decisiones mirando para atrás y no para adelante. Volvemos a lo mismo. Y esto es, simplemente, porque el miedo mata a la razón.
Tim Hardford decía que si se quiere saber cómo está una ciudad, un barrio o un country en materia de seguridad, de higiene o de infraestructura, no hay que preguntarles a los vecinos, porque siempre van a exagerar en sus visiones. Para tener información, alcanza con preguntar los precios del metro cuadrado. Para saber cuál es la realidad de un club o de un barrio privado, vale preguntar cuánto vale una casa: eso dato va a permitir saber si hay más gente queriendo entrar o más gente queriendo salir. Y esas intenciones se dan por algún motivo. Los precios bajos hablan de nosotros y de nuestra confianza y reputación.
Si usted entiende, como entiendo yo, que los precios son un idioma, y si alguna vez navegó por el mundo financiero, sabrá muy bien lo que significa tener un alto riesgo país o un dólar que solo se controla con altas tasas o con control de cambios. Las tasas altas no son una política de Estado: es el costo que se tiene que pagar por la desconfianza que inspira una moneda o un emisor. El riesgo país y el valor de nuestra moneda hablan de nuestra reputación, no de si se gana o se pierde dinero.
No quiero detenerme en hacer una catarsis. Lo invito, en cambio, a que razonemos juntos. Si usted cree que las empresas no valen nada, entonces cualquier precio es una oportunidad de venta. Si usted cree, como creo yo, que no hay sociedad sin bancos, sin empresas que se dediquen a la construcción, sin firmas que sean proveedoras de esas constructoras, o sin vendedores de energía o vendedores de comida, entonces se abre un abanico de oportunidades a precios no muchas veces visto. Las empresas hoy pueden valer menos, pero si se mira la historia se verá que están más cerca de su piso que de su techo.
Si usted cree que la Argentina es inviable, no lo dude: no ahorre aquí. Si usted cree, como yo, que vale arriesgar una porción de su capital, a precios como los actuales, en un país sin altos riesgos climáticos, sin conflictos étnicos ni religiosos, sin Brexit, sin guerras con países vecinos, puede empezar a preparase para un vuelo turbulento pero quizás muy redituable.
Decisiones en cascada
Por último y para fundamentar mi posición, me permito referirme a un viejo cuento que demuestra que las decisiones se toman en cascada: si todos venden, te dan ganas de vender y si todos compran, te dan ganas de comprar. Va el cuento:
En una calle hay dos bares vacíos de similares características y llega un potencial cliente que se decide por uno de ellos sin ninguna razón especial, simplemente porque no puede entrar en los dos a la vez. Al llegar un segundo cliente, ve que en uno de los bares hay una persona y que el otro está vacío, por lo que entra en el que ya hay una persona pensando que habrá elegido ese bar por algo, incluso para no estar solo. El tercer cliente sigue el mismo razonamiento y piensa que los dos primeros habrán tomado su decisión por alguna razón sólida y se fía de su criterio. Al cabo de un rato, uno de los bares está lleno y el otro sigue vacío, ya que para los sucesivos clientes cada vez está más claro que no puede ser casualidad que todos los clientes estén en uno de los locales y que en el otro no haya nadie.
La elección del primer cliente, que fue totalmente al azar, determinó las posteriores decisiones de todos los demás, que no se pararon a comparar los precios, los servicios o los productos de cada uno de los bares, simplemente porque pensaron que otros ya lo habían hecho antes por ellos.
Este es un ejemplo de algo que, en la economía real, puede arruinar a unos y enriquecer a otros. En el mercado financiero hemos visto muchas veces este tipo de casos. Nunca hay que olvidar que los mercados no son justos: valúan con el estómago y no con la cabeza.
Para concluir: como suelo decir, el miedo mata al fundamento, mientras que el fundamento justifica la codicia y la codicia vence al miedo. Y así se genera el crónico ciclo de los mercados.
Que tenga una buena semana.
Copiado de El miedo mata a la razón y eso explica lo que pasa estos días.
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