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Chile tiene tratados de libre comercio con Estados Unidos, China, Corea
del Sur y Japón, lo que explica los precios de la electrónica en las
tiendas santiaguinas. El mismo televisor LED de 32 pulgadas que en la Argentina no baja de los 7000 pesos, en Santiago se consigue por 250 dólares (es decir, menos de
3200 pesos pagando con tarjeta), mientras que una heladera de alta gama
que en Buenos Aires cuesta $ 18.500, en Chile se compra por US$ 404 ($
5140 con tarjeta).
Las góndolas de los supermercados chilenos muestran además dos
características que no se encuentran en nuestro país. Por un lado, la
variedad de productos en una tienda de la misma cadena con presencia en
los dos países, no tiene punto de comparación. La oferta mucho más
amplia que hay en un supermercado chileno no se explica exclusivamente
por la mayor cantidad de artículos importados que igualmente supera por
lejos a la argentina -desde el aceto de Modena hasta el chocolate belga,
las galletitas danesas o el aceite de oliva español-, sino también
porque en Chile la competencia es más fuerte y en cada categoría de
consumo masivo hay por lo menos una media docena de jugadores contra los
virtuales monopolios locales, en los que una o dos empresas representan
más de 70% de la oferta como sucede en categorías como las galletitas,
el pan lactal, las conservas o los alimentos congelados.
El
segundo punto llamativo es la ausencia de los cárteles indicativos de
los productos que están adheridos a Precios Cuidados o cualquier otro
programa de control de precios. Pese a esta ausencia, en términos de
inflación está claro que el modelo de libre competencia termina
funcionando mejor, ya que con una economía ordenada Chile acumuló en los
últimos doce meses un incremento de 4,6% del costo de vida.
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