Durante mi presidencia había tenido varios roces con la Iglesia y, en todos, me ajuste nuestro texto constitucional y mis convicciones republicanas. Un 25 de Mayo el obispo metropolitano ordenó izar la bandera pontificia en la catedral. Inmediatamente ordené que se la arriara: siendo ese un edificio fiscal no podía ponerse jamás pabellón extranjero, por más "religioso" que fuera. Rechacé, asimismo, el ofrecimiento de apadrinar la Iglesia del Salvador, lo que importaba el reconocimiento legal de una orden religiosa, materia sobre la que debe dirimir el Congreso de la Nación y luego, como senador, me opuse también a que se subsidiara a los mismos jesuitas para reconstruir su templo, incendiado por un tumulto popular: el Estado debe preservar celosamente su independencia respecto de las instituciones religiosas.
En Yo, Sarmiento,
biografía del sanjuanino escrita por Roberto De Titto.
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