"Las sociedades que esperan su felicidad de la mano de sus Gobiernos esperan una cosa que es contraria a la naturaleza. Por la naturaleza de las cosas, cada hombre tiene el encargo providencial de su propio bienestar y progreso, porque nadie puede amar el engrandecimiento de otro como el suyo propio; no hay medio más poderoso y eficaz de hacer la grandeza del cuerpo social que dejar a cada uno de sus miembros individuales el cuidado y poder pleno de labrar su personal engrandecimiento."Fuente: El libro de Alberdi en Google Books
domingo, abril 24, 2011
Una cita de Juan Bautista Alberdi
sábado, abril 23, 2011
Planeta de los simios
Párrafos iniciales de Planeta de los simios, artículo de James Nielson.La Argentina tiene el privilegio de ser uno de los escasos países, tal vez el único, en que los humanos genuinos aún abundan. Mientras que el resto del mundo ha sido conquistado por gorilas, bestias toscas que no entienden nada, la Argentina sigue siendo el hábitat preferido del homo sapiens sapiens. A veces llegan noticias desde el exterior que nos informan que en Europa y Estados Unidos todavía existen algunos reductos académicos en que humanos valientes se resisten a someterse a la dictadura planetaria del gorilaje, pero hasta ahora los esfuerzos de tales combatientes intelectuales por hacer frente a la campaña de desprestigio librada por los enemigos del bien no han servido para mucho. A juicio de sus colegas, son tan excéntricos como los partidarios de Muammar Gaddafi o Saddam Hussein.
Por desgracia, comunicarse con el mundo gorila no es del todo fácil. Como acaba de recordarnos un representante destacado del género humano, el jefe de Gabinete, Aníbal Fernández, los simios sólo saben decir "estupideces", cosas "horribles", gruñidos típicos de animales ignorantes. Fernández aludía a las opiniones del escritorzuelo Mario Vargas Llosa, autor –según la kirchnerista rabiosa Diana Conti– de "Las venas abiertas de América Latina", una obra que otros atribuyen al uruguayo semihumano Eduardo Galeano, pero parecería que a su entender el título reflejaba el sadismo notorio del peruano que, por motivos desconocidos, el año pasado consiguió apropiarse de un Premio Nobel, y a las del ensayista español Fernando Savater.
jueves, abril 21, 2011
IDE impulsada desde el Gobierno en Uruguay
El Ministerio de Trabajo y Obras Públicas tiene a su cargo la administración de la información catastral de todo el territorio nacional. Esta se mantiene actualizada y disponible para diferentes usos, incluyendo la planificación de las intervenciones y obras a realizar en cualquier punto del país. Dicha información se está incluyendo en una base de datos geo-referenciada que será accesible vía Internet, transformándose en una gran herramienta para el eficiente y ordenado desarrollo de proyectos de infraestructura.Les recuerdo que el Uruguay ya tiene su Grupo de Trabajo IDE. Realizaron su primer Congreso en Octubre del 2010.
Nos centramos en la planificación de la puesta en funcionamiento de la Infraestructura de Datos Espaciales y la administración y conservación de los planos de mensura para su libre acceso. Se realizó microfilmación y digitalización de Planos de Mensura del Area Metropolitana y por diversas consultas se atendieron más de 40.000 usuarios en el Archivo Gráfico. Se realizó la geo-referenciación de rutas y caminos nacionales y departamentales con la colaboración del Servicio Geográfico Militar. En relación a la emergencia habitacional y la educación se apoyó al Plan Juntos y el Programa Gol al Futuro, en tareas relacionadas con la agrimensura. También está en curso la creación de un sistema de información geográfico educativo a incorporar en los programas del Plan Ceibal.
Cita tomada del artículo Haciendo caminos, de Enrique Pintado, Ministro de Transporte y Obras Públicas del Uruguay. El artículo se publicó en La República el 5 de marzo de 2011.
martes, abril 19, 2011
Fernando Savater sobre el peronismo
"es una cosa arqueológica… definirse como peronista es equivalente a ser un ’Tiranosaurio Rex’"...Visto en La Gaceta
lunes, abril 18, 2011
domingo, abril 17, 2011
La estupidez argentina
Quienes no aceptamos los blancos y negros, y nos parece que anatematizar al Gobierno y a la oposición sin tomar lo mejor de unos y otros, insulta verdaderamente la inteligencia. Quienes aceptando las fisuras tratamos incluso de coser algunas partes para que la herida expuesta entre los dos países no sea tan maniqueísta ni irreductible. Quienes no queremos que triunfe la lógica patria-antipatria y resistimos la idea de que para terminar con el canibalismo no hay que comerse al caníbal. Quienes, en fin, queremos que nos dejen pensar, nos hemos convertido en peligrosos enemigos del Estado y también de sus místicos antagonistas. Tibios que vomitará Dios. Idiotas útiles del poder o de la oposición, según convenga a ambos lados de la estupidez humana. Que es tan argentina.
En un artículo de Jorge Fernández Díaz
miércoles, abril 13, 2011
jueves, abril 07, 2011
Geospatial Revolution: Episode 3
El Episodio 3 de Geospatial Revolution está en línea y, como siempre, está muy bueno. Este episodio se llama "Mapping the Road to Peace".
Fuente: Geospatial Revolution Project
Aquí hay una entrada anterior en el EFINews.
Este es el Episodio 1. Y este el Episodio 2.
El Video en You Tube está aquí.
miércoles, abril 06, 2011
Joyita filatélica argentina
Esta carta se acaba de vender en u$s 37.500. Una belleza ¿no?
La descripción de la subasta dice:
La descripción de la subasta dice:
ARGENTINA 1867 Rivadavia (imperf. and unwatermarked) 5c rose red, 10c green and 15c blue, first two with large margins all around, last one small cut and nick at bottom, cancelled by an oval of dots in black on registered coverfront addressed to Santa Fe, paying 30 Ctvos rate, with the cds of Buenos Aires August 3, 67 alongside, also "Certificado" in blue. The piece itself has been folded and horizontally and vertically, strengthened along the folds and in other places on back. The letter-front was actually used as a receipt for the contents and is signed and dated on back by the addressee Mr. Guerin ("recibe de la carta August 7, 1867"), signed Herbert Bloch, with certificates from Peter Holcombe (1991) and Philatelic Foundation (2004), ex-Schatzkes, Juan B Depetris, Norman Hubbard and Ing. Carlos Etchart, illustrated in Victor Kneitschel's "Catalogue de los Sellos Postales de la Republica Argentina, 1958 edition" (page 277). This is a unique piece bearing all three values and one of the most important items of Arg
No es ni Dios ni el demonio; es la geología
Testimonio desde un refugio improvisado
"No es ni Dios ni el demonio; es la geología"
por Juan Manuel García Ruiz
El País
Sábado 12 de marzo de 2011
SENDAI, Japón.- Recientemente hemos asistido a una serie de terribles catástrofes naturales: Haití, Chile, Nueva Zelanda, Australia, China. Los nuevos chamanes de la izquierda clamaron que era una clara respuesta de la Tierra a nuestro maltrato. También obra de extraterrestres o sofisticadas operaciones militares. Pero no. No hay dioses ni demonios que expliquen esos desastres. Asisto en persona a uno de ellos, aquí, en el centro de Sendai, Japón. Esto se llama geología.
Estoy en un refugio improvisado en una escuela en el barrio de Omahi, en pleno centro de la ciudad. Hace algo más de cuatro horas estaba en mi despacho de profesor invitado en la Universidad de Tohoku. Todo estaba en orden después del susto de hace un par de días en que la Tierra tembló, nos levantó de la silla, pero no nos sacó a la calle.
"Es fuerte, pero está lejos. No es el que esperamos", dijo mi colega el profesor Katsuo Tsukamoto mientras la facultad se movía como una calesita. Ayer sí. Ayer, el centro del sismo estaba a 10 kilómetros de profundidad y casi en la vertical de la ciudad.
Según supimos pronto, 8,9 grados. Me dio tiempo para pensar que debía desenchufar la tetera, las computadoras, la lámpara. Poco más. Me uní a los que ya corrían hacia la escalera de seguridad. Tomé un casco de los que vi en el camino y bajé a los tropezones. Cuando llegué abajo, la Tierra seguía temblando. Me fui hacia un claro con un muro al que me agarré. Traté de alejarme del muro para sentirlo mejor, para sentirlo más. Pero no me supe mantener en pie, tuve miedo y volví al muro. Y la Tierra seguía temblando.
Miré al edificio que acababa de abandonar y que gracias a su estructura antisísmica se mantenía en pie ante semejante ataque, pues la Tierra seguía temblando. Más de dos largos minutos, lo que tardará en leer este párrafo.
Ya con las piernas temblando me uní a un grupo que empezaba a formarse en el jardín anexo. No hubo gritos. No hubo histeria, tanto que comenté si estaban acostumbrados, pero un colega dijo inmediatamente que había sido el mayor de su vida.
Todo se organizó inmediatamente. Alguien tomó el mando. Con un altavoz empezó a dar órdenes que yo no entendía. Mi anfitrión estaba de viaje en Tokio, pero mis estudiantes que sabían inglés me mantuvieron informado.
Después de que un piquete comprobó los destrozos, pudimos subir de seis en seis, comenzando desde el piso superior, a recoger nuestros abrigos porque empezó una fuerte nevada.
Empezó a llegar información sobre el sismo. Todo el mundo tenía en mente Kobe y estaban preocupados por sus familias y sus casas, pero increíblemente la ciudad no parecía estar dañada, sólo algunos incendios.
El frío arreciaba y alguien ordenó cobijarnos a la entrada de un refugio que parecía menos dañado. Allí, mis alumnos comenzaron a sacar cajas de víveres, agua, galletas y una lata de sardinas que guardo ahora por si hace falta mañana.
¿De dónde sacaron eso? "Llevábamos 10 años esperándolo, profesor; está todo previsto." Todo estaba organizado y además por gente que estaba entrenada para autoorganizarse.
Entendí entonces que esta ciudad se había preparado para combatir a este monstruo que esperaban pacientemente. Y lo había hecho con las mejores armas que tenemos: con ciencia y tecnología.
La ciudad triunfó No podíamos quedarnos en la universidad. Bajamos desde la colina caminando porque el tráfico estaba colapsado. Una pareja de estudiantes se ofreció a acompañarme para comprobar los destrozos en mi casa y llevarme a un refugio.
Cuando me enteré de que no quedaba de camino a la suya, protesté, pero me dijeron que habían pasado un año en Bélgica, sabían lo que es no entender el idioma local y no me podían dejar solo.
Seguimos caminando bajo la nieve y cuando al cruzar el puente sobre el río atisbamos la ciudad, no pude contener la alegría de ver a la ciudad en pie, sus casas enteras, sus rascacielos enhiestos, con algún rasguño, pero victoriosa. En la cara de los estudiantes noté el orgullo de la victoria. Habían ganado.
El camino a mi casa fue una continua lección de comportamiento, y al despedirse me dijeron: "Ya sabe profesor: esta noche lo importante es pensar que estamos vivos y que tenemos la obligación de seguir vivos".
Aquí, en el refugio no tengo noticias de la gravedad de los daños, aunque me imagino que el tsunami posterior debió ser tremendo. La Tierra sigue -cinco horas después- enviando violentas réplicas que nos mantienen en vilo pero con la esperanza de salir de ésta.
Aunque a veces huela a azufre, no son diablos ni dioses quienes las envían, ni son ejercicios con bombas nucleares, ni es la Tierra enfurecida con la humanidad. Esto se llama geología, es ciencia y es tecnología, y lo sabe un pueblo que quizás acaba de ganar una batalla histórica.
El autor es cristalógrafo del Consejo Superior de Investigaciones Científicas de España y es profesor en la Universidad de Tohok.
Visto en La Nación
martes, abril 05, 2011
El móvil de Hansel y Gretel
El celular de Hansel y Gretel, por Hernán Casciari(*)
Anoche le contaba a la Nina un cuento infantil muy famoso, el Hansel y Gretel de los hermanos Grimm. En el momento más tenebroso de la aventura los niños descubren que unos pájaros se han comido las estratégicas bolitas de pan, un sistema muy simple que los hermanitos habían ideado para regresar a casa. Hansel y Gretel se descubren solos en el bosque, perdidos, y comienza a anochecer. Mi hija me dice, justo en ese punto de clímax narrativo: “No importa. Que lo llamen al papá por el móvil”.
Yo entonces pensé, por primera vez, que mi hija no tiene una noción de la vida ajena a la telefonía inalámbrica. Y al mismo tiempo descubrí qué espantosa resultaría la literatura —toda ella, en general— si el teléfono móvil hubiera existido siempre, como cree mi hija de cuatro años. Cuántos clásicos habrían perdido su nudo dramático, cuántas tramas hubieran muerto antes de nacer, y sobre todo qué fácil se habrían solucionado los intríngulis más célebres de las grandes historias de ficción.
Piense el lector, ahora mismo, en una historia clásica, en cualquiera que se le ocurra. Desde la Odisea hasta Pinocho, pasando por El viejo y el mar, Macbeth, El hombre de la esquina rosada o La familia de Pascual Duarte. No importa si el argumento es elevado o popular, no importa la época ni la geografía.
Piense el lector, ahora mismo, en una historia clásica que conozca al dedillo, con introducción, con nudo y con desenlace.
¿Ya está?
Muy bien. Ahora ponga un teléfono móvil en el bolsillo del protagonista. No un viejo aparato negro empotrado en una pared, sino un teléfono como los que existen hoy: con cobertura, con conexión a correo electrónico y chat, con saldo para enviar mensajes de texto y con la posibilidad de realizar llamadas internacionales cuatribanda.
¿Qué pasa con la historia elegida? ¿Funciona la trama como una seda, ahora que los personajes pueden llamarse desde cualquier sitio, ahora que tienen la opción de chatear, generar videoconferencias y enviarse mensajes de texto? ¿Verdad que no funciona un carajo.
La Nina, sin darse cuenta, me abrió anoche la puerta a una teoría espeluznante: la telefonía inalámbrica va a hacer añicos las nuevas historias que narremos, las convertirá en anécdotas tecnológicas de calidad menor.
Con un teléfono en las manos, por ejemplo, Penélope ya no espera con incertidumbre a que el guerrero Ulises regrese del combate.
Con un móvil en la canasta, Caperucita alerta a la abuela a tiempo y la llegada del leñador no es necesaria.
Con telefonito, el Coronel sí tiene quién le escriba algún mensaje, aunque fuese spam.
Y Tom Sawyer no se pierde en el Mississippi, gracias al servicio de localización de personas de Telefónica.
Y el chanchito de la casa de madera le avisa a su hermano que el lobo está yendo para allí.
Y Gepetto recibe una alerta de la escuela, avisando que Pinocho no llegó por la mañana.
Un enorme porcentaje de las historias escritas (o cantadas, o representadas) en los veinte siglos que anteceden al actual, han tenido como principal fuente de conflicto la distancia, el desencuentro y la incomunicación. Han podido existir gracias a la ausencia de telefonía móvil.
Ninguna historia de amor, por ejemplo, habría sido trágica o complicada, si los amantes esquivos hubieran tenido un teléfono en el bolsillo de la camisa. La historia romántica por excelencia (Romeo y Julieta, de Shakespeare) basa toda su tensión dramática final en una incomunicación fortuita: la amante finge un suicidio, el enamorado la cree muerta y se mata, y entonces ella, al despertar, se suicida de verdad. (Perdón por el espoiler.)
Si Julieta hubiese tenido teléfono móvil, le habría escrito un mensajito de texto a Romeo en el capítulo seis:
Y todo el grandísimo problemón dramático de los capítulos siguientes se habría evaporado. Las últimas cuarenta páginas de la obra no tendrían gollete, no se hubieran escrito nunca, si en la Verona del siglo catorce hubiera existido la promoción “Banda ancha móvil” de Movistar.
Muchas obras importantes, además, habrían tenido que cambiar su nombre por otros más adecuados. La tecnología, por ejemplo, habría desterrado por completo la soledad en Aracataca y entonces la novela de García Márquez se llamaría ’Cien años sin conexión’: narraría las aventuras de una familia en donde todos tienen el mismo nick (buendia23, a.buendia, aureliano_goodmornig) pero a nadie le funciona el messenger.
La famosa novela de James M. Cain —’El cartero llama dos veces’— escrita en 1934 y llevada más tarde al cine, se llamaría ’El gmail me duplica los correos entrantes’ y versaría sobre un marido cornudo que descubre (leyendo el historial de chat de su esposa) el romance de la joven adúltera con un forastero de malvivir.
Samuel Beckett habría tenido que cambiar el nombre de su famosa tragicomedia en dos actos por un título más acorde a los avances técnicos. Por ejemplo, ’Godot tiene el teléfono apagado o está fuera del área de cobertura’, la historia de dos hombres que esperan, en un páramo, la llegada de un tercero que no aparece nunca o que se quedó sin saldo.
En la obra ’El jotapegé de Dorian Grey’, Oscar Wilde contaría la historia de un joven que se mantiene siempre lozano y sin arrugas, en virtud a un pacto con Adobe Photoshop, mientras que en la carpeta Images de su teléfono una foto de su rostro se pixela sin remedio, paulatinamente, hasta perder definición.
La bruja del clásico ’Blancanieves’ no consultaría todas las noches al espejo sobre “quién es la mujer más bella del mundo”, porque el coste por llamada del oráculo sería de 1,90€ la conexión y 0,60€ el minuto; se contentaría con preguntarlo una o dos veces al mes. Y al final se cansaría.
También nosotros nos cansaríamos, nos aburriríamos, con estas historias de solución automática. Todas las intrigas, los secretos y los destiempos de la literatura (los grandes obstáculos que siempre generaron las grandes tramas) fracasarían en la era de la telefonía móvil y del wifi.
Todo ese maravilloso cine romántico en el que, al final, el muchacho corre como loco por la ciudad, a contra reloj, porque su amada está a punto de tomar un avión, se soluciona hoy con un SMS de cuatro líneas.
Ya no hay ese apuro cursi, ese remordimiento, aquella explicación que nunca llega; no hay que detener a los aviones ni cruzar los mares. No hay que dejar bolitas de pan en el bosque para recordar el camino de regreso a casa.
La telefonía inalámbrica —vino a decirme anoche la Nina, sin querer— nos va a entorpecer las historias que contemos de ahora en adelante. Las hará más tristes, menos sosegadas, mucho más predecibles.
Y me pregunto, ¿no estará acaso ocurriendo lo mismo con la vida real, no estaremos privándonos de aventuras novelescas por culpa de la conexión permanente? ¿Alguno de nosotros, alguna vez, correrá desesperado al aeropuerto para decirle a la mujer que ama que no suba a ese avión, que la vida es aquí y ahora.
No. Le enviaremos un mensaje de texto lastimoso, un mensaje breve desde el sofá. Cuatro líneas con mayúsculas. Quizá le haremos una llamada perdida, y cruzaremos los dedos para que ella, la mujer amada, no tenga su telefonito en modo vibrador. ¿Para qué hacer el esfuerzo de vivir al borde de la aventura, si algo siempre nos va a interrumpir la incertidumbre? Una llamada a tiempo, un mensaje binario, una alarma.
Nuestro cielo ya está infectado de señales y secretos: cuidado que el duque está yendo allí para matarte, ojo que la manzana está envenenada, no vuelvo esta noche a casa porque he bebido, si le das un beso a la muchacha se despierta y te ama. Papá, ven a buscarnos que unos pájaros se han comido las migas de pan.
Nuestras tramas están perdiendo el brillo —las escritas, las vividas, incluso las imaginadas— porque nos hemos convertido en héroes perezosos.
(*) Autor de la obra "Mas respeto que soy tu madre" que interpreta con tanto exito Antonio Gasalla.
Visto en Orsai
Anoche le contaba a la Nina un cuento infantil muy famoso, el Hansel y Gretel de los hermanos Grimm. En el momento más tenebroso de la aventura los niños descubren que unos pájaros se han comido las estratégicas bolitas de pan, un sistema muy simple que los hermanitos habían ideado para regresar a casa. Hansel y Gretel se descubren solos en el bosque, perdidos, y comienza a anochecer. Mi hija me dice, justo en ese punto de clímax narrativo: “No importa. Que lo llamen al papá por el móvil”.
Yo entonces pensé, por primera vez, que mi hija no tiene una noción de la vida ajena a la telefonía inalámbrica. Y al mismo tiempo descubrí qué espantosa resultaría la literatura —toda ella, en general— si el teléfono móvil hubiera existido siempre, como cree mi hija de cuatro años. Cuántos clásicos habrían perdido su nudo dramático, cuántas tramas hubieran muerto antes de nacer, y sobre todo qué fácil se habrían solucionado los intríngulis más célebres de las grandes historias de ficción.
Piense el lector, ahora mismo, en una historia clásica, en cualquiera que se le ocurra. Desde la Odisea hasta Pinocho, pasando por El viejo y el mar, Macbeth, El hombre de la esquina rosada o La familia de Pascual Duarte. No importa si el argumento es elevado o popular, no importa la época ni la geografía.
Piense el lector, ahora mismo, en una historia clásica que conozca al dedillo, con introducción, con nudo y con desenlace.
¿Ya está?
Muy bien. Ahora ponga un teléfono móvil en el bolsillo del protagonista. No un viejo aparato negro empotrado en una pared, sino un teléfono como los que existen hoy: con cobertura, con conexión a correo electrónico y chat, con saldo para enviar mensajes de texto y con la posibilidad de realizar llamadas internacionales cuatribanda.
¿Qué pasa con la historia elegida? ¿Funciona la trama como una seda, ahora que los personajes pueden llamarse desde cualquier sitio, ahora que tienen la opción de chatear, generar videoconferencias y enviarse mensajes de texto? ¿Verdad que no funciona un carajo.
La Nina, sin darse cuenta, me abrió anoche la puerta a una teoría espeluznante: la telefonía inalámbrica va a hacer añicos las nuevas historias que narremos, las convertirá en anécdotas tecnológicas de calidad menor.
Con un teléfono en las manos, por ejemplo, Penélope ya no espera con incertidumbre a que el guerrero Ulises regrese del combate.
Con un móvil en la canasta, Caperucita alerta a la abuela a tiempo y la llegada del leñador no es necesaria.
Con telefonito, el Coronel sí tiene quién le escriba algún mensaje, aunque fuese spam.
Y Tom Sawyer no se pierde en el Mississippi, gracias al servicio de localización de personas de Telefónica.
Y el chanchito de la casa de madera le avisa a su hermano que el lobo está yendo para allí.
Y Gepetto recibe una alerta de la escuela, avisando que Pinocho no llegó por la mañana.
Un enorme porcentaje de las historias escritas (o cantadas, o representadas) en los veinte siglos que anteceden al actual, han tenido como principal fuente de conflicto la distancia, el desencuentro y la incomunicación. Han podido existir gracias a la ausencia de telefonía móvil.
Ninguna historia de amor, por ejemplo, habría sido trágica o complicada, si los amantes esquivos hubieran tenido un teléfono en el bolsillo de la camisa. La historia romántica por excelencia (Romeo y Julieta, de Shakespeare) basa toda su tensión dramática final en una incomunicación fortuita: la amante finge un suicidio, el enamorado la cree muerta y se mata, y entonces ella, al despertar, se suicida de verdad. (Perdón por el espoiler.)
Si Julieta hubiese tenido teléfono móvil, le habría escrito un mensajito de texto a Romeo en el capítulo seis:
M HGO LA MUERTA,
PERO NO STOY MUERTA.
NO T PRCUPES NI
HGAS IDIOTCES. BSO.
Y todo el grandísimo problemón dramático de los capítulos siguientes se habría evaporado. Las últimas cuarenta páginas de la obra no tendrían gollete, no se hubieran escrito nunca, si en la Verona del siglo catorce hubiera existido la promoción “Banda ancha móvil” de Movistar.
Muchas obras importantes, además, habrían tenido que cambiar su nombre por otros más adecuados. La tecnología, por ejemplo, habría desterrado por completo la soledad en Aracataca y entonces la novela de García Márquez se llamaría ’Cien años sin conexión’: narraría las aventuras de una familia en donde todos tienen el mismo nick (buendia23, a.buendia, aureliano_goodmornig) pero a nadie le funciona el messenger.
La famosa novela de James M. Cain —’El cartero llama dos veces’— escrita en 1934 y llevada más tarde al cine, se llamaría ’El gmail me duplica los correos entrantes’ y versaría sobre un marido cornudo que descubre (leyendo el historial de chat de su esposa) el romance de la joven adúltera con un forastero de malvivir.
Samuel Beckett habría tenido que cambiar el nombre de su famosa tragicomedia en dos actos por un título más acorde a los avances técnicos. Por ejemplo, ’Godot tiene el teléfono apagado o está fuera del área de cobertura’, la historia de dos hombres que esperan, en un páramo, la llegada de un tercero que no aparece nunca o que se quedó sin saldo.
En la obra ’El jotapegé de Dorian Grey’, Oscar Wilde contaría la historia de un joven que se mantiene siempre lozano y sin arrugas, en virtud a un pacto con Adobe Photoshop, mientras que en la carpeta Images de su teléfono una foto de su rostro se pixela sin remedio, paulatinamente, hasta perder definición.
La bruja del clásico ’Blancanieves’ no consultaría todas las noches al espejo sobre “quién es la mujer más bella del mundo”, porque el coste por llamada del oráculo sería de 1,90€ la conexión y 0,60€ el minuto; se contentaría con preguntarlo una o dos veces al mes. Y al final se cansaría.
También nosotros nos cansaríamos, nos aburriríamos, con estas historias de solución automática. Todas las intrigas, los secretos y los destiempos de la literatura (los grandes obstáculos que siempre generaron las grandes tramas) fracasarían en la era de la telefonía móvil y del wifi.
Todo ese maravilloso cine romántico en el que, al final, el muchacho corre como loco por la ciudad, a contra reloj, porque su amada está a punto de tomar un avión, se soluciona hoy con un SMS de cuatro líneas.
Ya no hay ese apuro cursi, ese remordimiento, aquella explicación que nunca llega; no hay que detener a los aviones ni cruzar los mares. No hay que dejar bolitas de pan en el bosque para recordar el camino de regreso a casa.
La telefonía inalámbrica —vino a decirme anoche la Nina, sin querer— nos va a entorpecer las historias que contemos de ahora en adelante. Las hará más tristes, menos sosegadas, mucho más predecibles.
Y me pregunto, ¿no estará acaso ocurriendo lo mismo con la vida real, no estaremos privándonos de aventuras novelescas por culpa de la conexión permanente? ¿Alguno de nosotros, alguna vez, correrá desesperado al aeropuerto para decirle a la mujer que ama que no suba a ese avión, que la vida es aquí y ahora.
No. Le enviaremos un mensaje de texto lastimoso, un mensaje breve desde el sofá. Cuatro líneas con mayúsculas. Quizá le haremos una llamada perdida, y cruzaremos los dedos para que ella, la mujer amada, no tenga su telefonito en modo vibrador. ¿Para qué hacer el esfuerzo de vivir al borde de la aventura, si algo siempre nos va a interrumpir la incertidumbre? Una llamada a tiempo, un mensaje binario, una alarma.
Nuestro cielo ya está infectado de señales y secretos: cuidado que el duque está yendo allí para matarte, ojo que la manzana está envenenada, no vuelvo esta noche a casa porque he bebido, si le das un beso a la muchacha se despierta y te ama. Papá, ven a buscarnos que unos pájaros se han comido las migas de pan.
Nuestras tramas están perdiendo el brillo —las escritas, las vividas, incluso las imaginadas— porque nos hemos convertido en héroes perezosos.
(*) Autor de la obra "Mas respeto que soy tu madre" que interpreta con tanto exito Antonio Gasalla.
Visto en Orsai
domingo, abril 03, 2011
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