Si no te gusta un aspecto de la vida nacional, incluso si no estás de acuerdo con una ley, podés hacer algo: se llama política.
Parte de nuestra confusión proviene de la desviación autoritaria propia de la Argentina. No es algo que le pase sólo a los malos: nuestra sensibilidad general tiene un aspecto reaccionario, violento y áspero, que tenemos que aprender a controlar y reeducar.
Hemos tenido muchos golpes militares, el último de ellos de una crueldad extrema. Hemos tenido lucha armada, que proponiéndose como justiciera y revolucionaria también actúo de manera inhumana y brutal, como fanáticos iniciados, en el más puro estilo fascista o nazi. Eso nos hace creer hoy que la autoridad conduce siempre a esos extremos, pero no es verdad. Se lo ve con toda evidencia en países que han sabido tratar mejor con sus problemas: el orden debe ser mantenido, sobre todo puede y debe serlo en una sociedad democrática que habilita infinitas posibilidades para el constante juego de la transformación. Ese orden permite el crecimiento y el avance hacia el mayor bienestar general posible. No se trata de un principio conservador ni reaccionario, el del orden, se trata de establecer y proteger la estructura que arma al mundo comunitario.
Quienes pretenden hoy ver un fenómeno represivo detrás de todo intento de recuperar el orden hacen trampa.
La Argentina no va a poder hacer frente a sus enormes problemas de pobreza, de distribución, de trabajo, seguridad y educación si no es capaz de recuperar una idea de autoridad legítima y útil. El ciudadano normal lo tiene bastante claro: trabaja y quiere que lo ayuden, sabe que la aplicación de la ley lo beneficia. El político costumbrista, demagógico, populachero, construye y reconstruye una fantasía de abuso del poder que no corresponde a la realidad actual. Sí, correspondía a la realidad de la dictadura militar, pero ¡pasaron ya 26 años desde que ese régimen terminó!
Alejandro Rozitchner
Filósofo
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