En la misma línea en la que a tantos argentinos nos parece que abogar por el respeto de las instituciones es cosa de afrancesados, el ser buena persona es una caracterización que resulta poco seductora. ¿Quién quiere ser una buena persona? Sobre todo cuando joven, uno quiere muchas otras cosas antes que esa: prefiere ser exitoso, fuerte, inteligente, poderoso, famoso, tener talento y/o belleza, pero, ¿hay cosa menos atractiva que ser bueno? (...)
Por eso, una mirada más atenta reconoce en el ser bueno más que una prueba de debilidad un perfil básico y superior. Es el piso de toda vida íntima feliz (¿acaso hay mayor felicidad que el encuentro con otros?) y a la vez el sustento de la sociedad lograda. Ser buena persona es la demostración de la mayor fuerza: uno está bien en sí mismo y proyecta su fuerza en el deseo de ver crecer a los demás. (...)
El bueno es un poderoso que se da los mayores placeres de la existencia: el amor, el sexo que le va asociado (hay que aclararlo, para que no parezca que el bueno es célibe, según una tradición anticuada), el entusiasmo de estar en el mundo y recibir su luz, alguien que disfruta siendo y ayudando a ser, alguien enamorado de la evolución propia y ajena . El bueno es excitante porque su amor alienta el desarrollo y el desarrollo despierta y excita. (...)
Que el que lo sea se sienta meritorio y no tarado. Que el que quiera identificar a las buenas personas tenga un ojo entrenado, trucos para lograrlo, entendiendo mejor de qué se trata. Que quien esté armando un equipo de trabajo reconozca este factor básico. Que quien vote este atento a este registro humano fundamental y ayude a que el país mejore
Alejandro Rozitchner
Artículo en La Nación del 1 de Mayo de 2010.
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