Uno de los temas clave de la política económica, y no sólo de la política económica, es poder distinguir entre cambios transitorios y cambios permanentes del contexto.
En efecto, el tipo de instrumentos o acciones que se deben realizar para enfrentar una situación, no es igual si estamos ante algo que vino “para quedarse” o ante un acontecimiento producto de una situación excepcional, que volverá a la normalidad rápidamente.
Un buen ejemplo, en ese sentido, es lo que ha ocurrido con los precios relativos de nuestros productos de exportación y con el valor de las monedas internacionales en los últimos años.
La Argentina es, en términos técnicos, “un país pequeño”, salvo en la soja.
Ser técnicamente un país pequeño, no ofende nuestro patriotismo, ni a nuestro ser nacional, sólo implica que somos “tomadores de los precios internacionales” en el sentido que no podemos influir en la evolución de dichos precios, tenemos que aceptarlos, son un dato, salvo en la soja en donde la producción argentina sí importa.
China, por ejemplo, es casi el 50% de la demanda mundial de casi todo. De manera que, cuando cae la demanda china de algún producto, el precio de ese producto cae. Lo mismo pasa, del lado de la oferta, cuando, por ejemplo, un fuerte exportador de petróleo, modifica su producción.
Siendo tomador de los precios internacionales, resulta clave, para el diseño de las políticas, comprender si los eventuales cambios en dichos precios, obedecen a causas transitorias o si, por el contrario, responden a modificaciones llamadas a durar mucho tiempo.
A partir del 2002, y más intensamente entre 2003 y 2011, con la excepción del momento más duro de la crisis financiera (2008-2009) los precios de las commodities no dejaron de subir y el valor del dólar no dejó de debilitarse. En parte son las dos caras de la misma moneda.
Obviamente, algo que duró entre el 2003 y el 2011, mal puede interpretarse como algo transitorio.
Sin embargo, el gobierno K, en un grave error histórico que nos costó mucho en materia de crecimiento y progreso –basta con compararnos con la evolución de los países vecinos en el período relevante–, actuó como si esos cambios favorables fueran transitorios y decidió “defender la mesa de los argentinos”, aislando los precios locales de alimentos y de energía, de los internacionales, con distintos instrumentos, como las retenciones y las restricciones para exportar.
Pero en economía, se puede remar contra la corriente un ratito; después, los músculos se cansan y lo que se quiso evitar vuelve con más fuerza todavía.
Así se destruyó la oferta de muchos productos, anulando los mencionados beneficios del cambio de precios relativos del mundo y, al caer la producción, la “mesa de los argentinos” terminó pagando más caro, lo que hubiera sido más barato por aumento de las cantidades. Y lo que se sigue pagando “barato” se hace a costa de grandes subsidios públicos financiados con emisión y con el uso de las reservas del Banco Central.
Terminamos, entonces, estancados, con alta inflación y sin reservas.
En otras palabras, aprovechamos muy parcialmente, sólo con la soja, los beneficios del mundo, y en lugar de ser mucho más ricos, produciendo alimentos de alto valor agregado o petróleo, gas, o minería, y usar esa mayor riqueza para modernizar la infraestructura, e insertar globalmente, en serio, a la industria y a los servicios de alta calidad, terminamos vendiéndole al mundo muy poco, importando energía, sin infraestructura, y despilfarrando la mayor riqueza en gasto público improductivo y corrupción, salvo honrosas excepciones.
Y, encima, desde el 2012 y más intensamente en el último año, el escenario externo está cambiando, también de manera estructural, y los precios de las commodities bajan, el dólar se fortalece en el mundo y en la región y nosotros, por definición, somos más pobres, porque lo poco que le vendemos al mundo vale menos y nuestros costos internos no han dejado de subir, por esa mezcla de presión impositiva récord, gasto público récord y déficit récord.
Paradójicamente, el equipo económico reconoce esta realidad de los nuevos precios relativos del mundo, y sin embargo, sigue actuando como si la soja valiera 600 dólares y en el Banco Central hubiera reservas de sobra.
El mundo ha cambiado, pero nuestro cambio quedará para el próximo gobierno.
El mundo ha cambiado, pero nosotros no, artículo de Enrique Szewach.
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