Hubo un tiempo, al final de la última dictadura argentina, en el que la Iglesia pareció percatarse del daño causado por la patológica fusión entre política y religión. Desde el surgimiento del peronismo, ahijado por ella y por las fuerzas armadas, la política se había convertido en una guerra de religión donde todos combatían en nombre de Dios, y la religión, en un gallinero político. Se oían sacerdotes invocar el "día de la matanza de los ricos"; teólogos predicar "la violencia invencible del amor cristiano"; la guerrilla peronista afirmaba sentirse "pueblo de Dios". Fue demasiado; respetar la autonomía de la política se volvía imprescindible. Hoy, aquellas enseñanzas parecen estar perdidas, y la Iglesia vuelve a ser vocera del "campo popular"; hecho gobierno, el "campo popular" pretenderá gobernar invocando el Evangelio antes que la Constitución. Los resultados de esa larga historia están a la vista de todos.
Copiado de El problema de asociar pobreza con virtud y riqueza con pecado.
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