Cuando Hamlet afirma: "¡Qué obra de arte es el hombre! ¡Qué noble su razón! ¡Cuán infinito su talento, qué explícito y admirable, en forma y movimiento!", no deberíamos dirigir tanto nuestro reverencial respeto hacia Shakespeare, Mozart, Einstein o Kareem Abdul-Jabbar, sino, más bien, hacia un niño de cuatro años que pone un juguete en una estantería tal como se le ha pedido que haga.
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